jose luis alvite,GRANDE
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jose luis alvite,GRANDE
José Luis Alvite
Dice la leyenda que una madrugada se mezclaron
de tal manera los morterazos de la batería, el piano de Oscar Peterson y los
disparos cruzados entre la puerta y el fondo de la sala, que muchas personas
aplaudieron como nunca creyendo que se trataba de uno de los clásicos
alardes de Gene Krupa en la batería. Hubo cuatro muertos en la mesa del
fondo pero Leo Sorofski corrió a la tarima, se echó el micrófono a la boca y
dijo: «Nada serio. Un mal descorche de champán al fondo de la sala, eso es
todo. La casa les invita a las copas con la esperanza de que no vuelvan por
aquí». Naturalmente, los muertos del Savoy raras veces volvían.
Aquello no quedó recogido en ningún documento sonoro pero los
supervivientes no creen haber escuchado nada igual. Aquella madrugada Lester
Young sonó como si estuviese tocando el saxo con el esófago de un ángel,
aunque al final de la jornada, mientras los músicos envolvían sus
herramientas en papel de periódico, el mismísimo Lester le explicó a Ernie
que había tocado con un flato insoportable y que los momentos más brillantes
de «Someone to watch over me» los consiguió sin frenos, aprovechando el
ímpetu de los eructos. Le he dado muchas vueltas en la cabeza y ahora creo
estar seguro de que el jazz pierde densidad emocional si se aleja de los
garitos y se relanza como una pedrea del pop aprovechando, no sólo las
buenas cualidades vocales de Diana Krall, sino también su escote y sus
piernas.
A una sesión de jazz que se preciase, hace años acudían tres docenas de
negros, un puñado de fulanas con las ingles sudadas por el ajetreo en cama y
los muchachos de la brigada de narcóticos. Desde luego era inimaginable que
por el Birdland Club se dejasen caer el fotógrafo y el director de estilo
del «Vogue». Para muchos de los mejores músicos del género, una «jam session»
no era más que una honda y alucinante manera de hacer tiempo entre dos
condenas.
Dice la leyenda que una madrugada se mezclaron
de tal manera los morterazos de la batería, el piano de Oscar Peterson y los
disparos cruzados entre la puerta y el fondo de la sala, que muchas personas
aplaudieron como nunca creyendo que se trataba de uno de los clásicos
alardes de Gene Krupa en la batería. Hubo cuatro muertos en la mesa del
fondo pero Leo Sorofski corrió a la tarima, se echó el micrófono a la boca y
dijo: «Nada serio. Un mal descorche de champán al fondo de la sala, eso es
todo. La casa les invita a las copas con la esperanza de que no vuelvan por
aquí». Naturalmente, los muertos del Savoy raras veces volvían.
Aquello no quedó recogido en ningún documento sonoro pero los
supervivientes no creen haber escuchado nada igual. Aquella madrugada Lester
Young sonó como si estuviese tocando el saxo con el esófago de un ángel,
aunque al final de la jornada, mientras los músicos envolvían sus
herramientas en papel de periódico, el mismísimo Lester le explicó a Ernie
que había tocado con un flato insoportable y que los momentos más brillantes
de «Someone to watch over me» los consiguió sin frenos, aprovechando el
ímpetu de los eructos. Le he dado muchas vueltas en la cabeza y ahora creo
estar seguro de que el jazz pierde densidad emocional si se aleja de los
garitos y se relanza como una pedrea del pop aprovechando, no sólo las
buenas cualidades vocales de Diana Krall, sino también su escote y sus
piernas.
A una sesión de jazz que se preciase, hace años acudían tres docenas de
negros, un puñado de fulanas con las ingles sudadas por el ajetreo en cama y
los muchachos de la brigada de narcóticos. Desde luego era inimaginable que
por el Birdland Club se dejasen caer el fotógrafo y el director de estilo
del «Vogue». Para muchos de los mejores músicos del género, una «jam session»
no era más que una honda y alucinante manera de hacer tiempo entre dos
condenas.
jotaerrebilbao- Mensajes : 240
Fecha de inscripción : 18/06/2008
Re: jose luis alvite,GRANDE
José Luis Alvite
Con razón defiende Fernando Trueba el influjo
latino en el jazz, alegando que no es nada nuevo porque hace sesenta años ya
había intérpretes no americanos en las legendarias bandas de Nueva York,
Baltimore o Chicago, en el Cotton Club y en el Savoy Ballroom, incluso en
las orquestas que amenizaban en el Stardust de Brooklyn con una mezcla de
jazz y limonada los bailes para carniceros y nuestras solteronas. Incluso la
acaramelada «Chica de Ipanema» llega al jazz desde la mente
indiscutiblemente latina del brasileño Antonio Carlos Jobim, que se integró
al lado de Joao Gilberto como el hermano musical blanco de Miles Davies y
dejó en la versátil voz de Sinatra esa memorable «Insensitive» en la que se
cruzan sin necesidad de reactivos el jazz y la bossa nova, dos parientes que
se presentían sin haberse visto nunca. El jazz, como el tic tac de un reloj,
es algo que en cierto modo subyace en muchas músicas y como última expresión
aflora incluso en el «rap», ese género que se canta con el ritmo de los
boletines de noticias y el compás de un claquetista cojo.
Tipos que reniegan del jazz ignoran que lo están sintiendo mientras
bailan «Why should I care» o «Summer time», sólo que los detractores
compulsivos lo detestan porque lo confunden con esas variantes francesas en
las que los viejos músicos de Kansas City suenan como si los interpretasen
con el saxo y la trompeta dentro de sus estuches, que es algo tan terrible
como alguien leyendo a Voltaire con la voz del general Franco.
Durante más de cinco décadas, en la orquesta del Savoy, se acomodaron
músicos legendarios y macarras de la peor calaña. En los años cincuenta
estuvo aquí Louis Armstrong, aquel portentoso trompetista capaz de hinchar
un orinal soplando en él. Y en la batería tuvimos a menudo a Gene Krupa, un
tipo en cuyas baquetas Dios arreaba a los caballos.
Con razón defiende Fernando Trueba el influjo
latino en el jazz, alegando que no es nada nuevo porque hace sesenta años ya
había intérpretes no americanos en las legendarias bandas de Nueva York,
Baltimore o Chicago, en el Cotton Club y en el Savoy Ballroom, incluso en
las orquestas que amenizaban en el Stardust de Brooklyn con una mezcla de
jazz y limonada los bailes para carniceros y nuestras solteronas. Incluso la
acaramelada «Chica de Ipanema» llega al jazz desde la mente
indiscutiblemente latina del brasileño Antonio Carlos Jobim, que se integró
al lado de Joao Gilberto como el hermano musical blanco de Miles Davies y
dejó en la versátil voz de Sinatra esa memorable «Insensitive» en la que se
cruzan sin necesidad de reactivos el jazz y la bossa nova, dos parientes que
se presentían sin haberse visto nunca. El jazz, como el tic tac de un reloj,
es algo que en cierto modo subyace en muchas músicas y como última expresión
aflora incluso en el «rap», ese género que se canta con el ritmo de los
boletines de noticias y el compás de un claquetista cojo.
Tipos que reniegan del jazz ignoran que lo están sintiendo mientras
bailan «Why should I care» o «Summer time», sólo que los detractores
compulsivos lo detestan porque lo confunden con esas variantes francesas en
las que los viejos músicos de Kansas City suenan como si los interpretasen
con el saxo y la trompeta dentro de sus estuches, que es algo tan terrible
como alguien leyendo a Voltaire con la voz del general Franco.
Durante más de cinco décadas, en la orquesta del Savoy, se acomodaron
músicos legendarios y macarras de la peor calaña. En los años cincuenta
estuvo aquí Louis Armstrong, aquel portentoso trompetista capaz de hinchar
un orinal soplando en él. Y en la batería tuvimos a menudo a Gene Krupa, un
tipo en cuyas baquetas Dios arreaba a los caballos.
jotaerrebilbao- Mensajes : 240
Fecha de inscripción : 18/06/2008
Re: jose luis alvite,GRANDE
José Luis Alvite
En los buenos tiempos del Savoy coincidí en el
club de Ernie con unos cuantos tipos que habían aprendido paciencia tocando
Jazz en Kansas City. Al estilo «cool» de Lester Young, un tal Artie Calloway
permaneció dos semanas en cartel tocando el saxo con una mezcla de
providencia y cansancio. Una madrugada me dijo que el Jazz era el resultado
de la mala vida y que en los años cuarenta en Kansas City cualquier músico
sabía que con los ojos entornados y mientras suena «Fine and Mellow», se
percibe «la impagable sensación de haber empezado a dar a ciegas los pasos
contados que hay entre la desgana y la muerte». Artie Calloway llevaba años
dilapidando el dinero y la vida en lo que él llamaba «un derroche de
oscuridad». Sabía que tarde o temprano aquella manera de caer acabaría una
mañana cualquiera, «tan pronto me decida a desayunar un balazo en la boca».
Conocí en aquellos años a muchos tipos como Artie Calloway, todos ellos
músicos espontáneos y criaturas terminales. Aparentaban cierta divertida
inmoralidad. Sammy Granger me confesó sus desavenencias conyugales. Decía
que «el rnatrimonio, en realidad, sólo sirve para tener quien te ayude a
acomodarte en el féretro». Aquel tipo fumaba, bebía, y el olor de los naipes
en sus manos resistía cualquier jabón de tocador. Vivía para el Jazz pero no
descuidaba las faldas. Siempre se le conocieron malas compañías. Su mejor
momento sentimental lo alcanzó con una tal Minnie, veinte anos más joven que
él. Decía Sammy que la edad es lo de menos porque una mujer de treinta sólo
tarda diez en cumplir cincuenta». Una noche me dijo: «Minnie es la clase de
mujer que le conviene a un tipo como yo, ya sabes, la clase de hombre que
compra un billete para el primer tren que haya partido». Según Sammy, Minnie
era «una de esas mujeres limpias y amorales que tranquilizan su conciencia
masturbándose con el cepillo de dientes». La última noche que actuó en el
Savoy, al bueno de Artie Calloway le quedaba el aire justo para la mitad de
una oración.
En los buenos tiempos del Savoy coincidí en el
club de Ernie con unos cuantos tipos que habían aprendido paciencia tocando
Jazz en Kansas City. Al estilo «cool» de Lester Young, un tal Artie Calloway
permaneció dos semanas en cartel tocando el saxo con una mezcla de
providencia y cansancio. Una madrugada me dijo que el Jazz era el resultado
de la mala vida y que en los años cuarenta en Kansas City cualquier músico
sabía que con los ojos entornados y mientras suena «Fine and Mellow», se
percibe «la impagable sensación de haber empezado a dar a ciegas los pasos
contados que hay entre la desgana y la muerte». Artie Calloway llevaba años
dilapidando el dinero y la vida en lo que él llamaba «un derroche de
oscuridad». Sabía que tarde o temprano aquella manera de caer acabaría una
mañana cualquiera, «tan pronto me decida a desayunar un balazo en la boca».
Conocí en aquellos años a muchos tipos como Artie Calloway, todos ellos
músicos espontáneos y criaturas terminales. Aparentaban cierta divertida
inmoralidad. Sammy Granger me confesó sus desavenencias conyugales. Decía
que «el rnatrimonio, en realidad, sólo sirve para tener quien te ayude a
acomodarte en el féretro». Aquel tipo fumaba, bebía, y el olor de los naipes
en sus manos resistía cualquier jabón de tocador. Vivía para el Jazz pero no
descuidaba las faldas. Siempre se le conocieron malas compañías. Su mejor
momento sentimental lo alcanzó con una tal Minnie, veinte anos más joven que
él. Decía Sammy que la edad es lo de menos porque una mujer de treinta sólo
tarda diez en cumplir cincuenta». Una noche me dijo: «Minnie es la clase de
mujer que le conviene a un tipo como yo, ya sabes, la clase de hombre que
compra un billete para el primer tren que haya partido». Según Sammy, Minnie
era «una de esas mujeres limpias y amorales que tranquilizan su conciencia
masturbándose con el cepillo de dientes». La última noche que actuó en el
Savoy, al bueno de Artie Calloway le quedaba el aire justo para la mitad de
una oración.
jotaerrebilbao- Mensajes : 240
Fecha de inscripción : 18/06/2008
Re: jose luis alvite,GRANDE
Las columnas suyas son sin duda alguna lo mejor (o único) que se puede leer en cualquier periódico.
cesare- Mensajes : 4746
Fecha de inscripción : 16/04/2008
Re: jose luis alvite,GRANDE
Su ultimo libro,lo acabo de terminar y es TREMENDO!!!!!!
Deja por un momento su mundo imaginario del Savoy y habla sobre si mismo,un ejemplo
Le pregunté una noche a una fulana en un burdel qué era para ella el amor. Y me dijo: "El amor es una hermosa sensación que dura el tiempo que un hombre y una mujer tardan en darse cuenta de que lo que tenían entre las piernas ya no se parece nada a lo que tienen en la cabeza". Así de explícita, así de cruel. Después pagué y me acosté con ella. No esperábamos grandes cosas el uno del otro. Estuve enamorado de ella durante media hora. Olvidé su nombre. No importa. Es natural. A fin de cuentas, de algunas mujeres recuerdo vagamente el precio, igual que de algunas ciudades recuerdo apenas las multas
jotaerrebilbao- Mensajes : 240
Fecha de inscripción : 18/06/2008
Re: jose luis alvite,GRANDE
Con el paso de los años me acostumbré a no esperar grandes cosas de la vida. Me conformo con haberme casado con dos mujeres que no estaban preñadas de otro y con que mis tres hijos no me denuncien por los abrazos. En realidad siempre fui un tipo resignado. Me viene de la infancia. Por Reyes siempre me rompían los juguetes al utilizarlos el primer día. Después de muchos disgustos, en una ocasión le escribí a sus Majestades una carta pidiendo que me trajesen esparadrapo para pegar los juguetes. No me hicieron el menor caso. Me disgusté pero creo que fue mejor así. De haberme traído el jodido esparadrapo, seguro que le faltaba adhesivo y tendría que usarlo haciéndole un nudo. Aquella mañana los Reyes me dejaron un puñado de libros, que era un juguete que te producía gafas. Y una bufanda que me sentaba como una mortaja. Y unos pantalones enormes en los que podía dar tres pasos sin cambiar de sitio. "Es que los Reyes no dan con tu talla", me dijo mi madre disimulando su dolor por mi decepción. Era cierto. Fui un niño indeciso, un chaval sin talla, un cuerpo con decimales al que sólo le sentaba bien la disentería. En una ocasión los Reyes Magos me dejaron unos hermosos zapatos de color marrón. Tampoco eran de mi número. Me los puse con el calzador y me apretaban tanto que hasta me dolieron las muelas. Después la familia nos hicimos una foto paseando por O Toural. Yo soy el primero por la derecha, "Ese, ¡coño!, el delgado, el que sonríe como si contuviese la extremaunción". Mi madre conserva las fotos que nos hicieron en la escuela, sentados en un pupitre. Mi hermano mayor tiene a sus espaldas el mapa de España. En su sitio me senté yo para posar. El resultado no fue el mismo. He mirado las fotos muchas veces. El pupitre es el mismo pero juraría que lo que hay a mis espaldas es el plano del cementerio. El caso es que mi hermano mayor y yo éramos hijos de los mismos padres y fuimos alimentados de la misma manera. Pero el resultado no fue el mismo. A mi hermano la comida se le resolvía en luz y belleza. ¡Dios Santo!, a mí el flan de huevo se me convertía en acné. No me lo vais a creer, pero la primera vez que me afeité, casi tuvieron que vendarme la cara con papel secante. Ahora sé que era acné pero lo cierto es que entonces se me pasó por la cabeza que por afeitarme, me había venido la regla. Y que tendría que confesarlo: "Mamá, tenemos que ir a la farmacia. Creo que ya soy mujer..."
De chaval quise cambiar mi sombrío destino poniendo algo de música en mi vida. Probé suerte pero salió mal. Aun ahora, del saxo lo único que se me da bien es el estuche. Lo intenté con la sección de cuerda. Desistí. Tocar la guitarra me produce gases. Creo que un concierto sólo podría ser la taquillera.
De chaval quise cambiar mi sombrío destino poniendo algo de música en mi vida. Probé suerte pero salió mal. Aun ahora, del saxo lo único que se me da bien es el estuche. Lo intenté con la sección de cuerda. Desistí. Tocar la guitarra me produce gases. Creo que un concierto sólo podría ser la taquillera.
jotaerrebilbao- Mensajes : 240
Fecha de inscripción : 18/06/2008
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