Levon Helm, en fase terminal por el cáncer
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Levon Helm, en fase terminal por el cáncer
Leo con preocupación la prensa estadounidense. En varios medios informan de la misma triste noticia: Levon Helm ha recaído en su lucha contra el cáncer y parece que las previsiones son pésimas. Lo ha anunciado su familia a través de un comunicado en su página web y su página de Facebook. Tal y como reza el mismo: “Queridos amigos, Levon Helm está en la etapa final de su batalla contra el cáncer. Enviad todo vuestro amor y plegarias como él lo está haciendo en esta última parte de su viaje. Gracias a sus fans y a todos los amantes de la música por haber hecho que su vida esté llena de alegría y celebraciones. Él nunca ha amado nada tanto como tocar, que las salas se llenen de música, sentir el ritmo y hacer a la gente bailar. Fue así cada vez que se subió a un escenario”.
Hoy más que nunca necesito refugiarme en su música. Al otro lado de la ventana de la redacción, se presenta un día gris, con amenaza de tormenta. La música de Helm suena intensa, impactante con su voz quebrada, casi diría como si desprendiese olor a campo, a tierra húmeda, y te agarrase fuerte en mitad de una estampa de grandes paisajes. Es el poder evocador de su folk. Solo basta escuchar La canción del Jukebox de esta ruta norteamericana para entenderlo. Porque no deja de ser llamativo que, justo cuando se conoce esta mala noticia, en nuestro jukebox suene la canción seleccionada por Jaime Vega, quien hizo su petición allá por el mes de diciembre pero tuvo que esperar su turno.
Es I Wish I Knew How It Would Feel To Be Free, de su album Electric Dirt. Este disco fue elegido por esta ruta sonora como el mejor del año 2009. Podía haber sucedido lo mismo un par de años antes con su espléndido Dirt Farmer. Supusieron un regreso a los estudios de grabación por todo lo alto para este hombre. Repletos de fuerza y talento, ambos álbumes son maravillosos. Personalmente, me dieron algunos de los mejores momentos musicales que recuerdo en los últimos lustros. La esencia de la música de raíces norteamericana se halla en sus surcos: folk, country, bluegrass, zydeco o gospel. Exquisitos. En ellos, como en el directo Ramble at the Ryman, último trabajo de su discografía, se aprecia su sabiduría musical y su deliciosa interpretación, separando el grano de la paja, ofreciendo la esencia vestida de pasión y pundonor.
No es ningún secreto: Helm es un predilecto para La Ruta Norteamericana. Lo tiene todo. Soy de los que se rinde a su espléndida forma de tocar la batería, demostrada con creces en sus años con The Band. Pero también sucumbo ante su voz rota, afónica en algún momento, pletórica en otros tantos. Es vida en sí misma. En ella puedes saber cómo ha luchado ese hombre, cómo disfruta de cada segundo de su vida a la batería, tocando con sus amigos o llorando sus penas pasadas. En ella, puedes quedarte sin palabras ante la fuerza asombrosa de Helm.
Me caí de la silla cuando, para la reseña que hice hace unos años para Ruta 66, aprecié todo su punch en Dirt Farmer, más cuando acababa de leer en un ejemplar de la extinta No Depression que el baterista había pasado por durísimas sesiones de radioterapia tras diagnosticarle cáncer de garganta en 1998. Lo normal hubiese sido que perdiese la voz y, sin embargo, la recuperó para plantarse en el siglo XXI dando clases musicales, hacer volar emociones y reunirse con sus amigos en sus ceremonias en Woodstock, conocidas como Midnight Ramble, donde a modo de reunión rural y despreocupada tocaba junto a compañeros que le iban a visitar como Emmylou Harris, Kris Kristofferson, Larry Campbell, Allen Touissant o Buddy Miller. Carnaza.
Helm, quien ya había publicado excelentes trabajos en solitario como American Son en 1980, regresó tras luchar contra el cáncer. Y decidió, como él mismo ha dicho en varias entrevistas, que lo mejor era no parar de tocar, cantar, grabar. Por muy delicado que estuviese, pese a los achaques, había que seguir. Y siguió. Pero no solo cantaba y tocaba. Helm lo que nos ha regalado hasta la fecha es una de las más arrebatadoras muestras de fe y amor por la música. Más allá de la calidad, que es muy alta, en sus canciones se respira vida. Aprecias todo el sentimiento de su supervivencia. Nada puede interponerse entre esa rasgada forma de quebrarse ante un micrófono y el oyente furtivo. Si buscas la verdad, ahí la tienes.
Uno no sabe cómo se halla ni en qué consiste pero sí sabe cuando está ante ella. La verdad musical que se impone por encima de estilos y nombres. Como hace Levon Helm, mucha de esta verdad me la trasmitieron en sus canciones The Band, con quien Helm estuvo muchos años como batería y compositor. Inmortales asaltadores de estilos, vaqueros sin rumbo, truhanes de bosques y caminos, héroes particulares de la música popular norteamericana, los tíos de The Band con su música bastarda y bendita forman parte de la verdad en la que creo. Levon Helm también. Es parte de esa verdad y la santifica, la glorifica, tras los últimos años y su vejez maravillosa.
No creo que hoy se vaya la amenaza de tormenta. Es difícil de explicar pero de alguna manera me afecta lo de Helm. Que alguien que tan buenos y emotivos momentos te ha hecho pasar esté en una situación tan trágica, de alguna manera, te deja tocado. También debe ser que conozco el sabor amargo de esas últimas etapas de esa batalla. Una batalla que alguna vez pensaste que ibas a ganar. Sé cómo es esa sensación de derrota, de tristeza impregnada al día y la noche. Pero también sé cómo es encontrar la eternidad en una canción. Levon Helm, The Band, me lo enseñaron como pocos. Como aquella noche en la que conduje, acompañado del acento sureño de Helm, hacia las profundidades emocionales, dolorosas, que se desprenden en el frente de batalla de la guerra de Secesión. La batalla por la vida en The Night They Drove Old Dixie Down es, de alguna forma, nuestra batalla diaria por sobrevivir. Hoy es siempre, todavía, Levon. “And the bells were ringing… and the people were singin'... la, la, la, la, la”.
-El País
Hoy más que nunca necesito refugiarme en su música. Al otro lado de la ventana de la redacción, se presenta un día gris, con amenaza de tormenta. La música de Helm suena intensa, impactante con su voz quebrada, casi diría como si desprendiese olor a campo, a tierra húmeda, y te agarrase fuerte en mitad de una estampa de grandes paisajes. Es el poder evocador de su folk. Solo basta escuchar La canción del Jukebox de esta ruta norteamericana para entenderlo. Porque no deja de ser llamativo que, justo cuando se conoce esta mala noticia, en nuestro jukebox suene la canción seleccionada por Jaime Vega, quien hizo su petición allá por el mes de diciembre pero tuvo que esperar su turno.
Es I Wish I Knew How It Would Feel To Be Free, de su album Electric Dirt. Este disco fue elegido por esta ruta sonora como el mejor del año 2009. Podía haber sucedido lo mismo un par de años antes con su espléndido Dirt Farmer. Supusieron un regreso a los estudios de grabación por todo lo alto para este hombre. Repletos de fuerza y talento, ambos álbumes son maravillosos. Personalmente, me dieron algunos de los mejores momentos musicales que recuerdo en los últimos lustros. La esencia de la música de raíces norteamericana se halla en sus surcos: folk, country, bluegrass, zydeco o gospel. Exquisitos. En ellos, como en el directo Ramble at the Ryman, último trabajo de su discografía, se aprecia su sabiduría musical y su deliciosa interpretación, separando el grano de la paja, ofreciendo la esencia vestida de pasión y pundonor.
No es ningún secreto: Helm es un predilecto para La Ruta Norteamericana. Lo tiene todo. Soy de los que se rinde a su espléndida forma de tocar la batería, demostrada con creces en sus años con The Band. Pero también sucumbo ante su voz rota, afónica en algún momento, pletórica en otros tantos. Es vida en sí misma. En ella puedes saber cómo ha luchado ese hombre, cómo disfruta de cada segundo de su vida a la batería, tocando con sus amigos o llorando sus penas pasadas. En ella, puedes quedarte sin palabras ante la fuerza asombrosa de Helm.
Me caí de la silla cuando, para la reseña que hice hace unos años para Ruta 66, aprecié todo su punch en Dirt Farmer, más cuando acababa de leer en un ejemplar de la extinta No Depression que el baterista había pasado por durísimas sesiones de radioterapia tras diagnosticarle cáncer de garganta en 1998. Lo normal hubiese sido que perdiese la voz y, sin embargo, la recuperó para plantarse en el siglo XXI dando clases musicales, hacer volar emociones y reunirse con sus amigos en sus ceremonias en Woodstock, conocidas como Midnight Ramble, donde a modo de reunión rural y despreocupada tocaba junto a compañeros que le iban a visitar como Emmylou Harris, Kris Kristofferson, Larry Campbell, Allen Touissant o Buddy Miller. Carnaza.
Helm, quien ya había publicado excelentes trabajos en solitario como American Son en 1980, regresó tras luchar contra el cáncer. Y decidió, como él mismo ha dicho en varias entrevistas, que lo mejor era no parar de tocar, cantar, grabar. Por muy delicado que estuviese, pese a los achaques, había que seguir. Y siguió. Pero no solo cantaba y tocaba. Helm lo que nos ha regalado hasta la fecha es una de las más arrebatadoras muestras de fe y amor por la música. Más allá de la calidad, que es muy alta, en sus canciones se respira vida. Aprecias todo el sentimiento de su supervivencia. Nada puede interponerse entre esa rasgada forma de quebrarse ante un micrófono y el oyente furtivo. Si buscas la verdad, ahí la tienes.
Uno no sabe cómo se halla ni en qué consiste pero sí sabe cuando está ante ella. La verdad musical que se impone por encima de estilos y nombres. Como hace Levon Helm, mucha de esta verdad me la trasmitieron en sus canciones The Band, con quien Helm estuvo muchos años como batería y compositor. Inmortales asaltadores de estilos, vaqueros sin rumbo, truhanes de bosques y caminos, héroes particulares de la música popular norteamericana, los tíos de The Band con su música bastarda y bendita forman parte de la verdad en la que creo. Levon Helm también. Es parte de esa verdad y la santifica, la glorifica, tras los últimos años y su vejez maravillosa.
No creo que hoy se vaya la amenaza de tormenta. Es difícil de explicar pero de alguna manera me afecta lo de Helm. Que alguien que tan buenos y emotivos momentos te ha hecho pasar esté en una situación tan trágica, de alguna manera, te deja tocado. También debe ser que conozco el sabor amargo de esas últimas etapas de esa batalla. Una batalla que alguna vez pensaste que ibas a ganar. Sé cómo es esa sensación de derrota, de tristeza impregnada al día y la noche. Pero también sé cómo es encontrar la eternidad en una canción. Levon Helm, The Band, me lo enseñaron como pocos. Como aquella noche en la que conduje, acompañado del acento sureño de Helm, hacia las profundidades emocionales, dolorosas, que se desprenden en el frente de batalla de la guerra de Secesión. La batalla por la vida en The Night They Drove Old Dixie Down es, de alguna forma, nuestra batalla diaria por sobrevivir. Hoy es siempre, todavía, Levon. “And the bells were ringing… and the people were singin'... la, la, la, la, la”.
-El País
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