El Butano Populoar: El disco que me llevaría a una Isla Desierta
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El Butano Populoar: El disco que me llevaría a una Isla Desierta
El disco que me llevaría a una isla desierta (I)
Julián Hernández • Vamos que nos vamos— 19-09-2013
Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo: desde la más tierna juventud la música fue mi pasión. ¿Que qué música? Pues la buena, claro. De cualquier clase, pero de la buena, ¿eh? Porque la música siempre me pareció la más elevada de las Bellas Artes; y cualquier profanación de su pureza, un sacrilegio. A día de hoy ya no lo tengo tan claro. Dejen que les cuente.
A los doce años empecé con los discos de vinilo. Si no tenía dinero para comprarlos, sencillamente los pedía prestados y no los devolvía. Perdí muchos amigos en aquellos días, sí, pero conseguí joyas que hoy valen una fortuna. Lo siguiente fue robar. Yo no lo llamaba así, claro, sino “legítimo decomiso”. A partir de ahí, mi discoteca aumentó exponencialmente y nunca me pillaron. Mi momento de gloria fue una tarde de invierno cuando salí de la sección de discos con la gabardina a rebosar. Me llevé la integral de las sinfonías de Bruckner (16 elepés), el Parsifal de Wagner (5 elepés), el Concierto para Bangla Desh (3 elepés) y un single de Silver Convention con tetas en la portada.
Estaba predestinado: me convertí en crítico musical. Escribía reseñas de novedades y recibía docenas de discos promocionales al mes, cantidad que aumentó con la llegada del compact disc. Cuando me llegó el momento de hacer entrevistas a las grandes estrellas, no se me ocurrió otra cosa que utilizar el estúpido tópico en todas las ocasiones: ¿qué disco te llevarías a una isla desierta? Fue mi perdición. Me obsesioné con la pregunta de tal manera que empecé a hacérsela hasta a mi agente de seguros, a los mormones que llamaban a mi puerta y a cualquiera que me encontrara por la calle: tenía que encontrar EL DISCO. Pero eso, entre la cantidad de opciones que tenía en mi discoteca, era una tarea imposible. Perdido, desorientado e indeciso, al final no me quedó más remedio que recurrir a las también estúpidas listas de “mejores álbumes de todos los tiempos”. Mi desprecio por la vulgaridad me impedía escoger el número uno y me quedé con el dos: definitivamente, a una isla desierta me llevaría el Pet Sounds de los Beach Boys. Pues bien, desde que tomé esa fatídica decisión, viajé siempre con un baúl en el que llevaba un tocadiscos a pilas (con repuestos para un año) y la edición original en vinilo del Pet Sounds. Por si las moscas.
Ahora me enfrento a una muerte atroz. Hoy hace trece días que llegué aquí con mi baúl. Me aferré a él en los primeros momentos del naufragio. Ante la falta de respuesta a mis gritos, deduje que no había más supervivientes y me enfrenté a mi destino. Cuando las olas me arrojaron a la playa, me invadió una extraña paz interior. Construí a toda prisa una cabaña donde cobijarme y recogí unas cuantas raíces que me parecieron comestibles. Di una vuelta por los alrededores para confirmar lo que ya sospechaba: que estaba en una isla desierta. Antes de que se pusiera el sol, estaba escuchando mi disco ideal para esta situación. El tópico utópico se había hecho realidad.
Continuará…
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Re: El Butano Populoar: El disco que me llevaría a una Isla Desierta
El disco que me llevaría a una isla desierta (II)
Los tres siguientes fueron los días más felices de mi vida. No me alargaré describiendo esos momentos del atardecer en los que disfrutaba de una sanísima dieta vegetariana y del Pet Sounds en esa cabaña que a mí me parecía un palacio. El cuarto día, aún felicísimo, noté el regusto de la rutina, el ramalazo de lo cotidiano, la placidez de lo conocido: la isla me había adoptado. Cuando apareciera el helicóptero de rescate resultaría durísimo abandonar aquel paraíso.
Pero el helicóptero no aparecía y los días pasaban. Al octavo me sorprendí a mí mismo bostezando mientras sacaba de su funda el único disco que tenía. Las pilas de mi tocadiscos parecían no agotarse nunca y, ante la falta de alcohol, decidí chuparlas para sentir alguna sensación fuerte. Ni peces, ni pájaros, ni roedores se dejaban atrapar, así que probé fortuna con los insectos. No hubo manera: de noche me devoraban vivo y no conseguí cazar ninguno que mitigase la alarmante carencia de proteínas. Soñé que me comía a los animales que los Beach Boys cebaban para mí en aquella foto de portada.
La novena noche me di cuenta de que ya estaba un poco harto de Wouldn’t It Be Nice y maldije entre dientes a Brian Wilson por no haber incluido Good Vibrations en el álbum. Además, las raíces me producían unos cólicos espantosos y me asaltó la desagradable sensación de haber sido un imbécil por no meter en el baúl un buen cuchillo y un cargamento de antibióticos.
El décimo día, el Pet Sounds dejó de parecerme un disco inocente. No soy un paranoico, pero los muy cabrones me estaban hablando a mí en Here Today. No sólo había algo raro en esa canción: todas tenían un significado. I Just Wasn’t Made For These Times era una burla sarcástica y hasta el instrumental que da título al álbum estaba plagado de mensajes ocultos que de pronto se me hicieron obvios. ¡Cómo había podido estar tan sordo!
El día once, aunque amaneció nublado, vi la luz. Ya no me cabía la menor duda: los Beach Boys estaban detrás de mi naufragio y habían grabado ese disco casi medio siglo antes no para entrar en alguna estúpida lista, no, sino para ganarse el título de Mayor Grupo Criminal de Todos los Tiempos. Deseé la muerte de Brian Wilson. La entrada de la tercera estrofa en Sloop John B me produjo arcadas. En la cabaña había goteras.
Anoche, día doce, al salir la luna llena tomé la decisión: apagaría el tocadiscos antes de volverme loco. Así pues, levanté la aguja cuando estaba sonando God Only Knows y arrojé el disco lo más lejos que pude. Miré a la luna suspirando: al fin me había librado de ese disco—que-me—llevaría—a—una—isla—desierta. De repente, sonreí extrañado: ¡en mi cabeza seguía resonando God Only Knows! Pensé “¡qué tontería!”“y me abofeteé varias veces para que se me pasara. No funcionó. Aquello era un God Only Knows extraño, aberrante, demencial, maligno. Distinguí voces, cuernos y tambores: un coro diabólico acompañado por un estruendo aterrador se acercaba.
Continuará…
http://elbutanopopular.com/articulos/738/el-disco-que-me-llevaria-a-una-isla-desierta-ii
Los tres siguientes fueron los días más felices de mi vida. No me alargaré describiendo esos momentos del atardecer en los que disfrutaba de una sanísima dieta vegetariana y del Pet Sounds en esa cabaña que a mí me parecía un palacio. El cuarto día, aún felicísimo, noté el regusto de la rutina, el ramalazo de lo cotidiano, la placidez de lo conocido: la isla me había adoptado. Cuando apareciera el helicóptero de rescate resultaría durísimo abandonar aquel paraíso.
Pero el helicóptero no aparecía y los días pasaban. Al octavo me sorprendí a mí mismo bostezando mientras sacaba de su funda el único disco que tenía. Las pilas de mi tocadiscos parecían no agotarse nunca y, ante la falta de alcohol, decidí chuparlas para sentir alguna sensación fuerte. Ni peces, ni pájaros, ni roedores se dejaban atrapar, así que probé fortuna con los insectos. No hubo manera: de noche me devoraban vivo y no conseguí cazar ninguno que mitigase la alarmante carencia de proteínas. Soñé que me comía a los animales que los Beach Boys cebaban para mí en aquella foto de portada.
La novena noche me di cuenta de que ya estaba un poco harto de Wouldn’t It Be Nice y maldije entre dientes a Brian Wilson por no haber incluido Good Vibrations en el álbum. Además, las raíces me producían unos cólicos espantosos y me asaltó la desagradable sensación de haber sido un imbécil por no meter en el baúl un buen cuchillo y un cargamento de antibióticos.
El décimo día, el Pet Sounds dejó de parecerme un disco inocente. No soy un paranoico, pero los muy cabrones me estaban hablando a mí en Here Today. No sólo había algo raro en esa canción: todas tenían un significado. I Just Wasn’t Made For These Times era una burla sarcástica y hasta el instrumental que da título al álbum estaba plagado de mensajes ocultos que de pronto se me hicieron obvios. ¡Cómo había podido estar tan sordo!
El día once, aunque amaneció nublado, vi la luz. Ya no me cabía la menor duda: los Beach Boys estaban detrás de mi naufragio y habían grabado ese disco casi medio siglo antes no para entrar en alguna estúpida lista, no, sino para ganarse el título de Mayor Grupo Criminal de Todos los Tiempos. Deseé la muerte de Brian Wilson. La entrada de la tercera estrofa en Sloop John B me produjo arcadas. En la cabaña había goteras.
Anoche, día doce, al salir la luna llena tomé la decisión: apagaría el tocadiscos antes de volverme loco. Así pues, levanté la aguja cuando estaba sonando God Only Knows y arrojé el disco lo más lejos que pude. Miré a la luna suspirando: al fin me había librado de ese disco—que-me—llevaría—a—una—isla—desierta. De repente, sonreí extrañado: ¡en mi cabeza seguía resonando God Only Knows! Pensé “¡qué tontería!”“y me abofeteé varias veces para que se me pasara. No funcionó. Aquello era un God Only Knows extraño, aberrante, demencial, maligno. Distinguí voces, cuernos y tambores: un coro diabólico acompañado por un estruendo aterrador se acercaba.
Continuará…
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