El topic tiki-taka
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El topic tiki-taka
Ahora que el Maestro Setién alza una nueva vela para reintroducir buen gusto en la élite del fútbol, quizás como preludio del Tercer Advenimiento (Xavi Hernández) nace este hilo con el propósito de hacer crónica del devenir las figuras -y correspondientes némesis- de aquello que con los años un dicharachero locutor vendría a llamar "tiki-taka". Exploraremos también la senda de profesionales pragmáticos -como aquel sabio cuyo "ganar, ganar y ganar" le quedó como lema. Relataremos, en definitiva, lo propugnado, hecho y conseguido por entrenadores y, muy en especial, la fundamental aportación de periodistas y opinadores que ayudaron a dar aliento y forma a la cosa.
Versículo 1
Empezaremos con el italiano Arrigo Sacchi, quien en rigor no fue un tikitakero pero me parece figura fundamental de esta crónica. Porque antes de la posesión fue la defensa en zona.
En el transcurso de la temporada 91/92 el programa El Día Después tuvo a bien divulgar unas video declaraciones del joven apostol Juan Manuel Lillo hablando de la zona como "un estilo de vida". Uno imaginaba que en casa de los Lillo no se comía de platos individuales sino al estilo buffet. O quizás de una fuente. La zona era la bandera del Milan de Arrigo Sacchi.
Equipo histórico con larga sequía, aquella escuadra la construyó el magnate Silvio Berlusconi a base de poderío económico y con una apuesta decidida por un entrenador de credenciales modestas pero formas seductoras.
En época de límite de jugadores extranjeros, contrató a tres figuras de la escuela holandesa heredera del fútbol total: Gullit, Rijkaard y Van Basten, a la sazón campeones de Europa de selecciones en el 88. Y la plantilla se completaba con figuras del fútbol italiano, incluyendo canteranos, cuando el fútbol italiano era fértil en producir figuras.
Ya entrenaba Johan Cruyff al Barcelona y en sus dos primeras temporadas ganó una Recopa de Europa y una Copa del Rey. Pero las ligas se las llevó el Real Madrid. Un Real Madrid que fue apeado dos veces en la Copa de Europa, consecutivamente, por el Milan de Sacchi. La primera con un estruendoso 5-0 en San Siro por el que ladraron los perros de José Luis Núñez.
Aquel Milan ganó dos o tres ligas y dos orejonas. Alternativamente, nunca haciendo doblete, como años después el Madrid entrenado por Del Bosque. La Serie A era entonces una liga competitiva de esas, como ahora dicen que la Premier, y en la secuencia de títulos nacionales a Sacchi se le colaron la Sampdoria -de quien recuerdo a Vialli y Mancini- y el Nápoles de Maradona.
Del Milan de Sacchi vi pocos partidos: contra el Madrid, contra el Español de Clemente que lo eliminó de la UEFA y las finales europeas. Jugó tres: barriendo a un Steaua de Bucarest del que recuerdo a Lacatus y Hagi; perdiendo contra un Olympique de Marsella donde no recuerdo si jugaban Papin, Weah o ambos; ganando de penalty (Rijkaaard) a un Benfica que llevaba maldición y del cual no recuerdo a nadie.
En los medios se ensalzaba a Sacchi y se difundían las maravillas de Milanello, el Camelot del fútbol, donde la línea defensiva se unía con una cuerda que percutía a las órdenes de Franco Baressi. Eran tiempos de la zona, el achique de espacios y la importación del debate entre menottistas y bilardistas.
Luego Sacchi entrenaría a Italia en el Mundial 94 y perdería la final porque él tenía a Baggio pero Brasil a Romario y Bebeto. Por el camino apearía a la España de Zubizarreta y Salinas.
Y luego Sacchi entrenaría al Atlético de Madrid incorporando a italianos random. Y después acabaría siendo director deportivo o técnico del Real Madrid, donde se le recuerdan bonitas palabras, elogios de la prensa y la contratación de un Wanderlei Luxemburgo que venía con libro de estilo de esos. Un cuadrado mágico donde el llegador Baptista tenía que jugar en el costado derecho. Se ve que Hulio no entendía bien las indicaciones del míster.
En cuanto al Milan, tras Sacchi siguió el proyecto Berlusconi. Ganaron ligas y Copas de Europa, pero se ve que no era ya lo mismo. Los apologetas de Arrigo renegaron en general de Fabio Capello. Desde su columna de análisis en El País, el discípulo Setién achacaba los triunfos de éste a "la suerte".
De Sacchi me quedo con la sonoridad de su nombre + apellido: Arrigo Sacchi.
Claro que si lo pienso eso es extensible a la mayoría de los futboleros italianos.
Andrea Pirlo, Gianfranco Zola, Alessandro Costacurta, Gianluca Pagliuca, Walter Zenga....es interminable.
(Próximo capítulo, Johan Cruyff).
Versículo 1
Empezaremos con el italiano Arrigo Sacchi, quien en rigor no fue un tikitakero pero me parece figura fundamental de esta crónica. Porque antes de la posesión fue la defensa en zona.
En el transcurso de la temporada 91/92 el programa El Día Después tuvo a bien divulgar unas video declaraciones del joven apostol Juan Manuel Lillo hablando de la zona como "un estilo de vida". Uno imaginaba que en casa de los Lillo no se comía de platos individuales sino al estilo buffet. O quizás de una fuente. La zona era la bandera del Milan de Arrigo Sacchi.
Equipo histórico con larga sequía, aquella escuadra la construyó el magnate Silvio Berlusconi a base de poderío económico y con una apuesta decidida por un entrenador de credenciales modestas pero formas seductoras.
En época de límite de jugadores extranjeros, contrató a tres figuras de la escuela holandesa heredera del fútbol total: Gullit, Rijkaard y Van Basten, a la sazón campeones de Europa de selecciones en el 88. Y la plantilla se completaba con figuras del fútbol italiano, incluyendo canteranos, cuando el fútbol italiano era fértil en producir figuras.
Ya entrenaba Johan Cruyff al Barcelona y en sus dos primeras temporadas ganó una Recopa de Europa y una Copa del Rey. Pero las ligas se las llevó el Real Madrid. Un Real Madrid que fue apeado dos veces en la Copa de Europa, consecutivamente, por el Milan de Sacchi. La primera con un estruendoso 5-0 en San Siro por el que ladraron los perros de José Luis Núñez.
Aquel Milan ganó dos o tres ligas y dos orejonas. Alternativamente, nunca haciendo doblete, como años después el Madrid entrenado por Del Bosque. La Serie A era entonces una liga competitiva de esas, como ahora dicen que la Premier, y en la secuencia de títulos nacionales a Sacchi se le colaron la Sampdoria -de quien recuerdo a Vialli y Mancini- y el Nápoles de Maradona.
Del Milan de Sacchi vi pocos partidos: contra el Madrid, contra el Español de Clemente que lo eliminó de la UEFA y las finales europeas. Jugó tres: barriendo a un Steaua de Bucarest del que recuerdo a Lacatus y Hagi; perdiendo contra un Olympique de Marsella donde no recuerdo si jugaban Papin, Weah o ambos; ganando de penalty (Rijkaaard) a un Benfica que llevaba maldición y del cual no recuerdo a nadie.
En los medios se ensalzaba a Sacchi y se difundían las maravillas de Milanello, el Camelot del fútbol, donde la línea defensiva se unía con una cuerda que percutía a las órdenes de Franco Baressi. Eran tiempos de la zona, el achique de espacios y la importación del debate entre menottistas y bilardistas.
Luego Sacchi entrenaría a Italia en el Mundial 94 y perdería la final porque él tenía a Baggio pero Brasil a Romario y Bebeto. Por el camino apearía a la España de Zubizarreta y Salinas.
Y luego Sacchi entrenaría al Atlético de Madrid incorporando a italianos random. Y después acabaría siendo director deportivo o técnico del Real Madrid, donde se le recuerdan bonitas palabras, elogios de la prensa y la contratación de un Wanderlei Luxemburgo que venía con libro de estilo de esos. Un cuadrado mágico donde el llegador Baptista tenía que jugar en el costado derecho. Se ve que Hulio no entendía bien las indicaciones del míster.
En cuanto al Milan, tras Sacchi siguió el proyecto Berlusconi. Ganaron ligas y Copas de Europa, pero se ve que no era ya lo mismo. Los apologetas de Arrigo renegaron en general de Fabio Capello. Desde su columna de análisis en El País, el discípulo Setién achacaba los triunfos de éste a "la suerte".
De Sacchi me quedo con la sonoridad de su nombre + apellido: Arrigo Sacchi.
Claro que si lo pienso eso es extensible a la mayoría de los futboleros italianos.
Andrea Pirlo, Gianfranco Zola, Alessandro Costacurta, Gianluca Pagliuca, Walter Zenga....es interminable.
(Próximo capítulo, Johan Cruyff).
Fridge- Mensajes : 7817
Fecha de inscripción : 22/02/2019
Re: El topic tiki-taka
Guardiola implementó no pocas cosas del Milán de Sacchi a su Barça, de hecho se entrevistó con él antes de tomar los mandos de la nave Blaugrana (también lo hizo con Menotti y Bielsa). Su Milan ganó mucho en una época en que los títulos estaban más repartidos y el nivel general de los equipos era más competitivo que ahora, para mí es uno de los grandes referentes de la historia del fútbol, aunque no lo tildaría de “tikitaka” precisamente.
Funkymen- Mensajes : 18977
Fecha de inscripción : 26/03/2008
Re: El topic tiki-taka
En el Marsella campeón de Europa ya no estaba Papín, que había fichado por el Milán precísamente el verano anterior aunque allí no triunfó. La delantera era Völler/Boksic, y también jugaban Desailly y Deschamps. Era un gran equipo, y entrenado por el nunca bien ponderado Raymond Goethals, del que Sacchi tomó prestada la línea adelantada de la defensa y la "trampa del fuera de juego" que Goethals practicaba con su Anderletch a principios de los 80.
Funkymen- Mensajes : 18977
Fecha de inscripción : 26/03/2008
Re: El topic tiki-taka
Guardiola fue entrenado por Capello también y más allá de sus boutades fundamentalistas (los tackles) ha dejado muestras de cierta capacidad, creo que insuficiente, de ser esporádicamente pragmático.
Fridge- Mensajes : 7817
Fecha de inscripción : 22/02/2019
Re: El topic tiki-taka
Guardiola tomó prestadas muchas cosas de otros y las supo poner en práctica con éxito, como hacen los grandes entrenadores, vaya. Y sí, es un cabut.
Funkymen- Mensajes : 18977
Fecha de inscripción : 26/03/2008
Re: El topic tiki-taka
Sacchi exprimió como ninguno el fuera de juego posicional... esa línea adelantadísima era imposible de contrarrestar...
SEÑOR KAPLAN- Mensajes : 8217
Fecha de inscripción : 12/03/2009
Re: El topic tiki-taka
Imposible es exagerado porque ganaba cada año un 50 por ciento de los grandes títulos.
Mimbres de lujo. Los holandeses más los Baresi, Maldini, Albertini, Donadoni o Ancelotti.
Mimbres de lujo. Los holandeses más los Baresi, Maldini, Albertini, Donadoni o Ancelotti.
Fridge- Mensajes : 7817
Fecha de inscripción : 22/02/2019
Re: El topic tiki-taka
Perdía el Ajax a mitad de un partido y al equipo lo entrenaba Leo Beenhaker. En el palco estaba Johan Cruyff, que bajó al vestuario durante el descanso, presumiblemente a dar instrucciones. El Ajax remontó el partido.
Llegó a un Barcelona en llamas en 1988, con Holanda habiendo ganado la Copa de Europa de selecciones y el PSV Eindhoven la de clubes. Y le fueron otorgados plenos poderes para edificar una obra revolucionaria en espiritu -acceder al trono nacional y europeo de clubes- y bella en lo estético. Una obra gaudiana.
Fichó a lo mejor del fútbol vasco -López Recarte, Beguiristain, Valverde y el singular Bakero, uno que en la Real, siendo bajito, metía goles de nueve-. Le dio la responsabilidad del eje del equipo a un joven canterano, Luis Milla, que soltaba el balón según lo recibía para volver a recibirlo y volver a distribuirlo. No la sobaba el juego fluía.
En su primera temporada ganó la Recopa de Europa y a la siguiente la Copa del Rey. Y en la tercera ocupó los tronos. Había rematado la plantilla con la invención del lateral carrilero, Goicoetxea, y el mejor cupo de extranjeros de Europa: un pistolero del este, un central holandés, ya bicampeón de Europa, cuyas faltas eran tres cuartos de un penalty. Un dandy escandinavo al que curó su depresión italiana.
Le puso el 9, a Michael Laudrup, inventando así, de forma literal, la figura del falso 9.
Cambiaba de alineación a cada partido y cambiaba de posición a los jugadores en el transcurso de un mismo partido. Actuaba según leía, planificaba para llegar a tope al tramo final. Y su obra hizo del Camp Nou un edificio luminiscente que iba retratando imágenes icónicas. Johan con su gabardina y Chupa-Chups siendo susurrado por su segundo, Carles Rexach; pancartas y eslóganes de marca: Dream Team, Enjoy Laudrup; y, por supuesto, el gol de Wembley, el escenario emblemático, con Cruyff casi tropezando para salir al campo y dar una última instrucción. Fue el 92 una cima de felicidad, con Barcelona albergando los juegos y Pep Guardiola, uno que había sido recogepelotas y había ocupado el rol de Milla, ganando también el oro olímpico. Javier Clemente llegó a la selección española y, una vez extirpada de la misma la Quinta del Buitre, en los años subsiguientes no paraba de convocar barcelonistas, hasta los que no jugaban. De estilos diferentes, no se llevaban bien el vasco y el holandés.
Era arrogante o soberbio con propiedad, sin resultar ofensivo, y de vez en cuando soltaba alguna boutade perdonable: "Richard Witchsge es el mejor 10 de Europa". Sabía cuándo recriminar a uno de sus jugadores en público. Hablaba del "arbitro" cuando tocaba. Y con él todo era fútbol total: si José Mourinho dijo una vez que gustaba de tener un jugador que fuese la extensión de su idea sobre el campo (Deco en el Oporto, Sneijder en el Inter, Alonso en el Madrid), en el Barcelona de Cruyff habían delegados por todo el once: Koeman, Guardiola, Bakero, Amor, Eusebio.
Dos temporadas después coronó la plantilla con el mejor 9 del mundo, nada menos que brasileño, de regates imposibles y definición empeinada. Le metieron 5 al Madrid, ganaron su cuarta liga consecutiva y llegaron a la final de la Copa de Europa en la emblemática ciudad de Atenas.
Allí se pasó del sueño a la pesadilla y un Milan post-Sacchi, jugaron Maldini y Donadoni, reconvertido con jugadores del este -Boban y Donadoni- más un todoterreno de color en la medular -Desailly-. Había inventado
Fabio Capello la figura del todocampista.
A partir de esa cita, que en la previa había recogido la que acaso fue boutade más desafortunada de Cruyff ("futbolísticamente no son nada del otro mundo, dijo del rival) tocó hacer una renovación. Quitando porción vasca, Zubizarreta, para apostar por porteros que jugasen por los pies. Sufriendo la emigración de Laudrup.
Lo que sucedió es que esa iluminación culé de blancos de Miró y horizontes de Dalí se fue opacando como se opacó Romario en su segunda temporada. Vinieron entonces los meses duros y esta vez las apuestas en fichajes resultaron fallidas. Aparecieron las acusaciones de nepotismo por el concurso de Jordi Cruyff o Angoy. Y se produjeron dos empeños un tanto llamativos por hacer triunfar en Barcelona a talentosos jugadores ex-madridistas (Hagi y Prosinecki) que, habiendo sido fichajes de relumbrón, no habían triunfado en el Bernabéu.
Prosinecki bailaba sobre el balón en una banda y la sobaba y la sobaba y Santiago Segurola sentenciaba: "después de tantos años, aún se ha enterado de lo que va el fútbol". Y entonces todos recordaban cómo empezó la cosa con Milla.
Próximo capítulo: Javier Clemente
Llegó a un Barcelona en llamas en 1988, con Holanda habiendo ganado la Copa de Europa de selecciones y el PSV Eindhoven la de clubes. Y le fueron otorgados plenos poderes para edificar una obra revolucionaria en espiritu -acceder al trono nacional y europeo de clubes- y bella en lo estético. Una obra gaudiana.
Fichó a lo mejor del fútbol vasco -López Recarte, Beguiristain, Valverde y el singular Bakero, uno que en la Real, siendo bajito, metía goles de nueve-. Le dio la responsabilidad del eje del equipo a un joven canterano, Luis Milla, que soltaba el balón según lo recibía para volver a recibirlo y volver a distribuirlo. No la sobaba el juego fluía.
En su primera temporada ganó la Recopa de Europa y a la siguiente la Copa del Rey. Y en la tercera ocupó los tronos. Había rematado la plantilla con la invención del lateral carrilero, Goicoetxea, y el mejor cupo de extranjeros de Europa: un pistolero del este, un central holandés, ya bicampeón de Europa, cuyas faltas eran tres cuartos de un penalty. Un dandy escandinavo al que curó su depresión italiana.
Le puso el 9, a Michael Laudrup, inventando así, de forma literal, la figura del falso 9.
Cambiaba de alineación a cada partido y cambiaba de posición a los jugadores en el transcurso de un mismo partido. Actuaba según leía, planificaba para llegar a tope al tramo final. Y su obra hizo del Camp Nou un edificio luminiscente que iba retratando imágenes icónicas. Johan con su gabardina y Chupa-Chups siendo susurrado por su segundo, Carles Rexach; pancartas y eslóganes de marca: Dream Team, Enjoy Laudrup; y, por supuesto, el gol de Wembley, el escenario emblemático, con Cruyff casi tropezando para salir al campo y dar una última instrucción. Fue el 92 una cima de felicidad, con Barcelona albergando los juegos y Pep Guardiola, uno que había sido recogepelotas y había ocupado el rol de Milla, ganando también el oro olímpico. Javier Clemente llegó a la selección española y, una vez extirpada de la misma la Quinta del Buitre, en los años subsiguientes no paraba de convocar barcelonistas, hasta los que no jugaban. De estilos diferentes, no se llevaban bien el vasco y el holandés.
Era arrogante o soberbio con propiedad, sin resultar ofensivo, y de vez en cuando soltaba alguna boutade perdonable: "Richard Witchsge es el mejor 10 de Europa". Sabía cuándo recriminar a uno de sus jugadores en público. Hablaba del "arbitro" cuando tocaba. Y con él todo era fútbol total: si José Mourinho dijo una vez que gustaba de tener un jugador que fuese la extensión de su idea sobre el campo (Deco en el Oporto, Sneijder en el Inter, Alonso en el Madrid), en el Barcelona de Cruyff habían delegados por todo el once: Koeman, Guardiola, Bakero, Amor, Eusebio.
Dos temporadas después coronó la plantilla con el mejor 9 del mundo, nada menos que brasileño, de regates imposibles y definición empeinada. Le metieron 5 al Madrid, ganaron su cuarta liga consecutiva y llegaron a la final de la Copa de Europa en la emblemática ciudad de Atenas.
Allí se pasó del sueño a la pesadilla y un Milan post-Sacchi, jugaron Maldini y Donadoni, reconvertido con jugadores del este -Boban y Donadoni- más un todoterreno de color en la medular -Desailly-. Había inventado
Fabio Capello la figura del todocampista.
A partir de esa cita, que en la previa había recogido la que acaso fue boutade más desafortunada de Cruyff ("futbolísticamente no son nada del otro mundo, dijo del rival) tocó hacer una renovación. Quitando porción vasca, Zubizarreta, para apostar por porteros que jugasen por los pies. Sufriendo la emigración de Laudrup.
Lo que sucedió es que esa iluminación culé de blancos de Miró y horizontes de Dalí se fue opacando como se opacó Romario en su segunda temporada. Vinieron entonces los meses duros y esta vez las apuestas en fichajes resultaron fallidas. Aparecieron las acusaciones de nepotismo por el concurso de Jordi Cruyff o Angoy. Y se produjeron dos empeños un tanto llamativos por hacer triunfar en Barcelona a talentosos jugadores ex-madridistas (Hagi y Prosinecki) que, habiendo sido fichajes de relumbrón, no habían triunfado en el Bernabéu.
Prosinecki bailaba sobre el balón en una banda y la sobaba y la sobaba y Santiago Segurola sentenciaba: "después de tantos años, aún se ha enterado de lo que va el fútbol". Y entonces todos recordaban cómo empezó la cosa con Milla.
Próximo capítulo: Javier Clemente
Fridge- Mensajes : 7817
Fecha de inscripción : 22/02/2019
Re: El topic tiki-taka
Versículo 3. Javier Clemente y José Antonio Camacho
El 92 fue un año de extremos para la selección española. La no concurrencia a la Eurocopa constató definitivamente el gatillazo de la generación que había llegado a la final del europeo sub-21 en el 84. Pero por otro lado se renovaron ilusiones con la victoria en la final olímpica contra Polonia. Emergían figuras ilusionantes como Kiko, Alfonso, Luis Enrique, Cañizares, Guardiola y Ferrer -campeones de Europa de clubes ese mismo año con el Barça-.
En la absoluta se imponía un golpe de efecto y el elegido para timonarlo fue Javi Clemente.
De futbolista un joven talentoso de carrera prontamente truncada, su currículo como entrenador brillaba por las dos ligas conquistadas al frente del Athletic y la espina de la final de la Uefa perdida con el Espanyol.
Rompió pronto con lo establecido tras decidir muy pronto, sin solución de continuidad, no volver a convocar a los futbolistas de la Quinta del Buitre (bueno, llevaría alguna vez más a Martín Vázquez, pero éste no jugaba ya en el Madrid) . Fue tras un decepcionante empate a cero contra Irlanda, fase de clasificación para el Mundial 94, en el Sánchez Pizjuán.
Clemente de diplomático tenía poco y se elevó en seguida como némesis de todo aquello que vindicaban los apóstoles del fútbol de toque, el achique de espacios, la defensa zonal y el supuesto fútbol vistoso.
Se produjo una fractura en los medios de comunicación. Lovers y haters. En el primer grupo José María García, que había perdido su liderazgo referencial en las noches de radio a cuenta de José Ramón de la Morena. En el segundo, la pléyade de apóstoles del tiki-taka que, con el también vasco Santiago Segurola como gurú, desaprobaban el estilo y las convocatorias de Javi.
España se clasificó de forma angustiosa para la cita mundialista de los Estados Unidos tras batir a Dinamarca en el susodicho Pizjuán reponiéndose al serio hándicap de haber sido expulsado Andoni Zubizarreta durante el partido. Una actuación heroica de Cañizares y un gol de Fernando Hierro de córner salvaron los muebles.
Clemente se iba enemistando con Cruyff, que le reprochaba la convocatoria de tantos jugadores del Barça. Con Mendoza y Valdano, llegando a decir que no pisaría el "puto" Bernabéu.
En una entrevista televisiva en los 80 había dejado dicho que los clubes a los que le gustaría entrenar serían el Sporting de Gijón y el Real Madrid.
Formó lo que entonces se denominó una guardia pretoriana. Jugadores fieles y comprometidos a la causa, una piña. Dejaron de hacer declaraciones a los medios que le metían caña al seleccionador.
Convocaba del Madrid de Valdano a suplentes del Madrid de Valdano y obviaba a los titulares. Alfonso el suplente de Raúl, Alkorta el de Sanchís, Cañizares el de Buyo. Del Barça llegó a llamar hasta los andares. Un tal Christiansen.
Pergeñó una selección sólida, solidaria y con vigor. El único contraste lo daban la languidez de Zubi y el caminar patoso de Salinas.
Al Mundial 94 fue Clemente con unas bermudas king size de color celeste y llegamos hasta cuartos de final.
Para curar la depresión post-sanguinolenta España empezó después a batir récords de imbatibilidad, derrotar a Irlanda en su campo inexpugnable. La prensa enemiga quería a Fran pero Javi llevaba a Manjarín. La selección se inyectó del Atleti de Antic para ganar competitividad.
En la Eurocopa del 96, Inglaterra, se produjo el partido summum del clementismo. Javi alineó a cuatro centrales en el once contra Francia, fase de grupos. Empatamos a uno con gol de Caminero en el 85. Frente a la alegría de la piña clementista, la prensa bramó. "Así no", escribió Segurola. Clemente se encendía. Se dice que una vez le metió una piña a uno de la radio.
En su mejor partido del campeonato, con Salinas de titular, España perdió contra Inglaterra en los penaltis. Qué mala suerte.
Después de eso Clemente abrió las puertas a gente reclamada por la prensa anti y todo acabó de golpe en el Mundial de Francia, en cuyo último partido se produjo una de esas goleadas vistosas que reclamaban los tikitakeros. No servía ya para nada.
Después el barco se hundió definitivamente contra Chipre y Clemente se dedicó a introducir su sistema de cemento en selecciones exóticas.
El 92 fue un año de extremos para la selección española. La no concurrencia a la Eurocopa constató definitivamente el gatillazo de la generación que había llegado a la final del europeo sub-21 en el 84. Pero por otro lado se renovaron ilusiones con la victoria en la final olímpica contra Polonia. Emergían figuras ilusionantes como Kiko, Alfonso, Luis Enrique, Cañizares, Guardiola y Ferrer -campeones de Europa de clubes ese mismo año con el Barça-.
En la absoluta se imponía un golpe de efecto y el elegido para timonarlo fue Javi Clemente.
De futbolista un joven talentoso de carrera prontamente truncada, su currículo como entrenador brillaba por las dos ligas conquistadas al frente del Athletic y la espina de la final de la Uefa perdida con el Espanyol.
Rompió pronto con lo establecido tras decidir muy pronto, sin solución de continuidad, no volver a convocar a los futbolistas de la Quinta del Buitre (bueno, llevaría alguna vez más a Martín Vázquez, pero éste no jugaba ya en el Madrid) . Fue tras un decepcionante empate a cero contra Irlanda, fase de clasificación para el Mundial 94, en el Sánchez Pizjuán.
Clemente de diplomático tenía poco y se elevó en seguida como némesis de todo aquello que vindicaban los apóstoles del fútbol de toque, el achique de espacios, la defensa zonal y el supuesto fútbol vistoso.
Se produjo una fractura en los medios de comunicación. Lovers y haters. En el primer grupo José María García, que había perdido su liderazgo referencial en las noches de radio a cuenta de José Ramón de la Morena. En el segundo, la pléyade de apóstoles del tiki-taka que, con el también vasco Santiago Segurola como gurú, desaprobaban el estilo y las convocatorias de Javi.
España se clasificó de forma angustiosa para la cita mundialista de los Estados Unidos tras batir a Dinamarca en el susodicho Pizjuán reponiéndose al serio hándicap de haber sido expulsado Andoni Zubizarreta durante el partido. Una actuación heroica de Cañizares y un gol de Fernando Hierro de córner salvaron los muebles.
Clemente se iba enemistando con Cruyff, que le reprochaba la convocatoria de tantos jugadores del Barça. Con Mendoza y Valdano, llegando a decir que no pisaría el "puto" Bernabéu.
En una entrevista televisiva en los 80 había dejado dicho que los clubes a los que le gustaría entrenar serían el Sporting de Gijón y el Real Madrid.
Formó lo que entonces se denominó una guardia pretoriana. Jugadores fieles y comprometidos a la causa, una piña. Dejaron de hacer declaraciones a los medios que le metían caña al seleccionador.
Convocaba del Madrid de Valdano a suplentes del Madrid de Valdano y obviaba a los titulares. Alfonso el suplente de Raúl, Alkorta el de Sanchís, Cañizares el de Buyo. Del Barça llegó a llamar hasta los andares. Un tal Christiansen.
Pergeñó una selección sólida, solidaria y con vigor. El único contraste lo daban la languidez de Zubi y el caminar patoso de Salinas.
Al Mundial 94 fue Clemente con unas bermudas king size de color celeste y llegamos hasta cuartos de final.
Para curar la depresión post-sanguinolenta España empezó después a batir récords de imbatibilidad, derrotar a Irlanda en su campo inexpugnable. La prensa enemiga quería a Fran pero Javi llevaba a Manjarín. La selección se inyectó del Atleti de Antic para ganar competitividad.
En la Eurocopa del 96, Inglaterra, se produjo el partido summum del clementismo. Javi alineó a cuatro centrales en el once contra Francia, fase de grupos. Empatamos a uno con gol de Caminero en el 85. Frente a la alegría de la piña clementista, la prensa bramó. "Así no", escribió Segurola. Clemente se encendía. Se dice que una vez le metió una piña a uno de la radio.
En su mejor partido del campeonato, con Salinas de titular, España perdió contra Inglaterra en los penaltis. Qué mala suerte.
Después de eso Clemente abrió las puertas a gente reclamada por la prensa anti y todo acabó de golpe en el Mundial de Francia, en cuyo último partido se produjo una de esas goleadas vistosas que reclamaban los tikitakeros. No servía ya para nada.
Después el barco se hundió definitivamente contra Chipre y Clemente se dedicó a introducir su sistema de cemento en selecciones exóticas.
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