ARKADIA
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bagabigahiga2
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Re: ARKADIA
Es adelantarme algunos días pero me he emocionado oyendo esta voz e imaginando la situación..
Reno- Mensajes : 853
Fecha de inscripción : 12/07/2008
Re: ARKADIA
bagabigahiga escribió:Bob Dylan y sus músicos a sueldo tomaron posiciones en el estudio A de Columbia en Nueva York. Era 16 de junio de 1965 y la jornada anterior no habían hecho una sola toma decente. Se trataba de una canción demasiado larga, más de seis minutos, y ni el mismo Dylan parecía muy seguro de cómo hacerla. Ni siquiera se la explicaba a los músicos, tarea que dejaba en manos de Mike Bloomfield, su mano derecha por aquel entonces. De repente, el productor Tom Wilson gritó desde la cabina: "¡Eh! ¿Qué estás haciendo tú ahí?". Se dirigía a Al Kooper, un guitarrista amigo de Wilson que se había pasado esa tarde por el estudio y acababa de situarse detrás del órgano.
En principio, el músico sólo estaba invitado como observador, pero si el productor se sorprendió tanto fue principalmente porque Kooper casi no sabía tocar el órgano. Dado el caos en que se estaba convirtiendo la grabación, Wilson tan solo se rió y dijo: "Bueno, vale, allá vamos". Y ese órgano, como cuenta Greil Marcus en Bob Dylan en la encrucijada (Global Rhythm Press), es el que se puede oír hoy en día en la versión definitiva de Like a rolling stone.
Tom Wilson gritó a Al Kooper: "¡Eh! ¿Qué estás haciendo tú ahí?"
Si la melodía de órgano entra y sale de la canción a su aire y va a contratiempo en los puentes no es porque Dylan decidiera darle un toque vanguardista a la canción, sino porque Kooper casi no la conocía. "Tengo un buen oído, esa era mi principal ventaja. En las estrofas esperaba a que llegara una corchea antes de tocar el acorde. La banda tocaba el acorde y yo lo seguía", explicó Kooper años después.
Jimi Hendrix podía prenderle fuego a su guitarra y los Who destrozar sus instrumentos, pero ningún gesto agresivo contaba con la fuerza atractiva de una canción que supuso un antes y un después en la carrera de Dylan y de la música popular en general. Greil Marcus dice que Like a rolling stone "nunca puede tocarse dos veces igual", a lo que habría que añadir: ni oírse dos veces igual.
Un significado misterioso
Cada persona escucha un Like a rolling stone. Y no se trata tan solo de descubrir si Dylan se refería o no a la banda de Mick Jagger en el final del estribillo. La letra es un ajuste de cuentas, una especie de burla cínica de alguien que ha vivido un éxito efímero y falso y ahora paga las consecuencias tras perder todo lo que tenía. Se rumorea que Dylan se refería a Edie Sedgwick, una de las musas de Andy Warhol, lo que le valió que periodistas como Jon Landau le acusaran de fariseo: "[Tiene] la actitud de quién juzga a los demás sin juzgarse a sí mismo", escribió Landau.
La canción no puede ni tocarse ni oírse dos veces igual
Sin embargo, la profundidad del texto permite otras interpretaciones, como la de Jann Wenner, editor de Rolling Stone (la revista), que la ve como un canto de libertad: "Trata de lo que supone hacerse adulto, de qué significa descubrir lo que pasa a tu alrededor, darse cuenta de que la vida no es como te contaron", dijo.
En un principio, Columbia rechazó la canción como single por su duración, pero finalmente aceptó por la acogida que tuvo al filtrarse en una radio.
Es curioso que una canción tan larga y desaliñada obtuviera semejante éxito. Como explica Marcus en el libro, es imposible usar Like a rolling stone de música ambiental. Cuando la ponen en un bar, "las conversaciones se apagan". Y ahí, en el aire, vuela diletante el organillo de Al Kooper.
http://www.publico.es/culturas/305331/cancion/bob/dylan/grabo/chiripa
Like A Rolling Stone
Once upon a time you dressed so fine
You threw the bums a dime in your prime, didn’t you?
People’d call, say, “Beware doll, you’re bound to fall”
You thought they were all kiddin’ you
You used to laugh about
Everybody that was hangin’ out
Now you don’t talk so loud
Now you don’t seem so proud
About having to be scrounging for your next meal
How does it feel
How does it feel
To be without a home
Like a complete unknown
Like a rolling stone?
You’ve gone to the finest school all right, Miss Lonely
But you know you only used to get juiced in it
And nobody has ever taught you how to live on the street
And now you find out you’re gonna have to get used to it
You said you’d never compromise
With the mystery tramp, but now you realize
He’s not selling any alibis
As you stare into the vacuum of his eyes
And ask him do you want to make a deal?
How does it feel
How does it feel
To be on your own
With no direction home
Like a complete unknown
Like a rolling stone?
You never turned around to see the frowns on the jugglers and the clowns
When they all come down and did tricks for you
You never understood that it ain’t no good
You shouldn’t let other people get your kicks for you
You used to ride on the chrome horse with your diplomat
Who carried on his shoulder a Siamese cat
Ain’t it hard when you discover that
He really wasn’t where it’s at
After he took from you everything he could steal
How does it feel
How does it feel
To be on your own
With no direction home
Like a complete unknown
Like a rolling stone?
Princess on the steeple and all the pretty people
They’re drinkin’, thinkin’ that they got it made
Exchanging all kinds of precious gifts and things
But you’d better lift your diamond ring, you’d better pawn it babe
You used to be so amused
At Napoleon in rags and the language that he used
Go to him now, he calls you, you can’t refuse
When you got nothing, you got nothing to lose
You’re invisible now, you got no secrets to conceal
How does it feel
How does it feel
To be on your own
With no direction home
Like a complete unknown
Like a rolling stone?
Historio bikaina, ez nian ezagutzen...
pantxo- Mensajes : 50140
Fecha de inscripción : 22/09/2008
Re: ARKADIA
Honey Bee escribió:
olé olé y olé!
Groucho- Mensajes : 3119
Fecha de inscripción : 23/06/2009
Re: ARKADIA
Bernardo Atxaga. "Una grieta en la nieve helada" Obabakoak
Una sombra de muerte recorrió el Campamento Uno cuando el sherpa Tamng llegó con la noticia de que Philippe Auguste Bloy había caído en una grieta. El bullicio y las risas habituales de la cena cesaron bruscamente, y las tazas de té, humeantes aún, quedaron olvidadas sobre la nieve. Ninguno de los miembros de la expedición se atrevía a pedir detalles, nadie podía hablar. Temiendo que no le hubieran entendido, el sherpa repitió la noticia. El hielo se había tragado a Philippe Auguste, la grieta parecía profunda.
—¿No lo podías haber sacado tú, Tamng? —preguntó al fin el hombre que dirigía la expedición. Era Mathias
Reimz, un ginebrino que figuraba en todas las enciclopedias de alpinismo por su ascensión al Dhaugaliri.
El sherpa negó con la cabeza.
— Chiiso, Mister Reimz. Casi noche —dijo.
Era una razón de peso. En cuanto se hacía de noche, el frío —chiiso— de los alrededores del Lothse llegaba a los cuarenta grados bajo cero; una temperatura que ya por sí misma podía ser mortal, pero que, además,
volvía inestables a las grandes masas de hielo de la montaña. De noche se abrían grietas nuevas; otras antiguas, en cambio, se cerraban para siempre. El rescate era casi imposible.
—¿Qué señal has dejado, Tamng?
Volviéndose, el sherpa mostró su espalda vacía. La mochila de nailon rojo que faltaba allí era la señal que, bien sujeta con clavijas, había dejado en lo alto de la grieta.
—¿Estaba vivo?
—No saber, Mister Reimz.
Todos pensaban que las preguntas no tenían otra finalidad que la de ir preparando la expedición que habría de salir al día siguiente, con el primer rayo de sol. Para su sorpresa, Mathias Reimz comenzó a colocarse los crampones, y pidió que le trajeran una linterna y cuerdas. El ginebrino tenía la intención de salir inmediatamente.
—¡Lemu mindu! —gritó un viejo sherpa haciendo gestos de sorpresa. No aprobaba aquella decisión, le parecía suicida.
—La luna me ayudará, Gyalzen —respondió Reimz levantando los ojos hacia el cielo. Faltaba muy poco para que estuviera llena. Su luz alumbraba la nieve recién caída, y la volvía aún más pálida. A continuación, y
dirigiéndose a sus compañeros, declaró que no aceptaría la ayuda de nadie. Iría completamente solo. Era él quien debía arriesgarse, era su deber.
Mathias Reimz y Philippe Auguste Bloy trabajaban juntos en las estaciones de esquí de los alrededores de Ginebra, y por ese lado es por donde los europeos de la expedición entendieron la decisión, como resultado de los lazos creados por un largo trato personal. Menos informados, los sherpas lo atribuyeron a su condición de jefe y responsable de grupo.
Cuando la sombra anaranjada del anorak de Reimz se perdió entre la nieve y la noche, un murmullo de admiración surgió en el Campamento Uno. Era una actitud admirable, ponía su vida en peligro para salvar la de otro. Algunos mencionaron la fuerza de la amistad, el corazón. Otros, el espíritu de los alpinistas, la osadía, la solidaridad. El viejo Gyalzen agitó en el aire su tela blanca de oraciones: que tuviera suerte, que el gran Vishnu le protegiera.
Nadie sospechó la verdad. A nadie se le ocurrió que en el fondo de aquella decisión pudiera estar el odio.
A Philippe Auguste Bloy le dolía la pierna rota y el corte profundo que se había hecho en el costado.
Pero, aun así, se iba quedando dormido; el sueño que le producía el frío de la grieta era más fuerte que su dolor, más fuerte que él mismo. No podía mantener los ojos abiertos. Ya sentía el calor que siempre precede
la muerte dulce de los alpinistas.
Estaba tumbado sobre el hielo, absorto en su lucha particular, preocupado en distinguir la oscuridad de la grieta de la oscuridad del sueño, y no reparó en las cuerdas que, lanzadas desde lo alto, cayeron sobre sus botas.
Tampoco vio al hombre que, después de haber bajado por ellas, se había arrodillado junto a él.
Cuando el hombre le enfocó con la linterna, Philippe Auguste se incorporó gritando. La luz le había
asustado.
—¡Quítame esa linterna, Tamng! —exclamó luego, sonriendo por la reacción que acababa de tener. Se sentía salvado.
—Soy Mathias —escuchó entonces. La voz sonaba amenazadora.
Philippe Auguste ladeó la cabeza para evitar la luz de la linterna. Pero también la linterna cambió de posición. Volvía a deslumbrarle.
—¿A qué has venido? —preguntó al fin.
La voz profunda de Mathias Reimz resonó en la grieta. Hablaba muy lentamente, como un hombre que está muy cansado.
—Te hablaré como amigo, Phil, de hombre a hombre. Y quizá te parezca ridículo lo que te voy a contar. Pero no te rías, Phil. Piensa que te encuentras ante un hombre que sufre mucho.
Philippe Auguste se puso en guardia. Detrás de aquella declaración percibía el silbido de una serpiente.
—Vera y yo nos conocimos siendo aún muy jóvenes, Phil —continuó Mathias—. Tendríamos unos quince años, ella quince y yo dieciséis. Y entonces no era una chica guapa. Incluso era fea, Phil, de verdad. Demasiado alta para su edad y muy huesuda. Pero a pesar de todo, me enamoré de ella en cuanto la vi. Recuerdo que me entraron ganas de llorar, y que, por un instante, todo me pareció de color violeta. Te parecerá extraño, Phil, pero es verdad, lo veía todo de ese color. El cielo era violeta, las montañas eran violetas, y la lluvia también era violeta. No sé, puede que el enamoramiento cambie la sensibilidad de los ojos. Y ahora es casi lo mismo, Phil, no se han borrado aún aquellos sentimientos de cuando tenía dieciséis años. Ni siquiera se borraron cuando nos casamos, y ya sabes lo que se dice, que el matrimonio acaba con el amor. Pues en mi caso, no. Yo sigo enamorado de ella, siempre la llevo en mi corazón. Y por eso conseguí subir al Dhaugaliri, Phil, porque pensaba en ella, ¡sólo por eso!
El silencio que siguió a sus palabras acentuó la soledad de la grieta.
—¡No nos hemos acostado nunca, Math! —gritó de pronto Philippe Auguste. Sus palabras retumbaron en las cuatro paredes heladas.
Mathias soltó una risita seca.
—Por poco me vuelvo loco cuando me enseñaron vuestras fotos, Phil. Vera y tú en el hotel Ambassador de Munich, cogidos de la mano, el dieciséis y diecisiete de marzo. O en el Tívoli de Zurich, el diez y once de abril. O en los apartamentos Trummer de la misma Ginebra, el doce, trece y catorce de mayo. Y también en el lago
Villiers de Lausana, una semana entera, justo cuando yo preparaba esta expedición.
Philippe Auguste tenía la boca seca. Los músculos de su rostro endurecido por el frío se crisparon.
—¡Das importancia a cosas que no la tienen, Math! —exclamó.
Pero nadie le escuchaba. El único ojo de la linterna le miraba sin piedad.
—He tenido muchas dudas, Phil. No soy un asesino. Me sentía muy mal cada vez que pensaba en matarte. Estuve a punto de intentarlo en Kathmandú. Y también cuando aterrizamos en Lukla. Pero esos sitios son sagrados para mí, Phil, no quería mancharlos con tu sangre. Sin embargo, La Montaña te ha juzgado por mí, Phil, y por eso estás ahora aquí, porque te ha condenado. No sé si te quitará la vida, no lo sé. Puede que llegues vivo al amanecer y que el resto del grupo te salve. Pero no creo, Phil, yo tengo la impresión de que te vas a quedar en esta grieta para siempre. Por esa razón he venido, para que no te fueras de este mundo sin saber lo mucho que te odio.
—¡Sácame de aquí, Math! —A Philippe Auguste le temblaba el labio inferior.
—Yo no soy quién, Phil. Como te acabo de decir, será La Montaña quien decida.
Philippe Auguste respiró profundamente. Sólo le quedaba aceptar su suerte.
Su voz se llenó de desprecio.
—Te crees mejor que los demás, Math. Un montañero ejemplar, un marido ejemplar, un amigo ejemplar. Pero sólo eres un payaso miserable. ¡Ninguno de los que te conocen bien te soporta!
Demasiado tarde. Mathias Reimz subía ya por las cuerdas.
—¡Vera llorará por mí! ¡Por ti no lo haría! —gritó Philippe Auguste con toda la fuerza de su voz.
La grieta quedó de nuevo en tinieblas.
La excitación que le había producido la visita despertó el cuerpo de Philippe Auguste. Su corazón latía ahora con fuerza, y la sangre que había estado a punto de helarse llegaba con facilidad a todos sus músculos. De pronto, quizá porque su cerebro también trabajaba mejor, recordó que los alpinistas nunca recogían las cuerdas que utilizaban para descender a las grietas. Eran un peso muerto, un estorbo para el viaje de vuelta al campamento.
«Si Mathias...», pensó. La ilusión se había apoderado de él.
Se incorporó del todo y comenzó a dar manotazos a la oscuridad. Fue un instante, pero tan intenso que le hizo reír de júbilo. Allí estaban las tres cuerdas que, por la fuerza de la costumbre, Mathias Reimz había abandonado.
Las heridas le hacían gemir, pero sabía que un sufrimiento mayor, el más penoso de todos, le esperaba en el fondo de la grieta. Apretando los labios, Philippe Auguste se colgó de las cuerdas y comenzó a subir, lentamente, procurando no golpearse con las paredes heladas. Aprovechaba los estrechamientos para formar un arco con la espalda y su pierna buena, y de esa manera descansar. Una hora más tarde, ya había hecho los primeros diez metros.
Cuando su ascensión iba por los dieciocho metros, una avalancha de nieve lo desequilibró empujándole contra uno de los salientes de la pared. Philippe Auguste sintió el golpe en el mismo costado donde tenía la herida, y el dolor llenó sus ojos de lágrimas. Pensó, por un momento, en la muerte dulce que le esperaba en el fondo de la grieta. Sin embargo, la ilusión aún estaba allí, en su corazón, y le susurraba un «quizá» que no podía desoír. Al cabo, tenía suerte. El destino le había concedido una oportunidad. No tenía derecho a la duda. Además, la nieve caída indicaba que la salida estaba ya muy cerca.
Media hora después, las paredes de la grieta se volvieron primero grises y luego blancas. Philipe Auguste pensó que, al lanzarle contra el saliente, el destino había querido imponerle una prueba; y que en ese
momento, por fin, le premiaba.
—¡El cielo! —exclamó. Y era, efectivamente, el cielo rosado del amanecer. Un nuevo día iluminaba Nepal.
El sol resplandecía sobre la nieve. Frente a él, hacia el Norte, se elevaba el gigantesco Lhotse. A su derecha, atravesando el valle helado, zigzagueaba el camino hacia el Campamento Uno.
Philippe Auguste sintió que sus pulmones revivían al respirar el aire límpido de la mañana. Abrió sus brazos ante aquella inmensidad y, alzando los ojos hacia el cielo azul, musitó unas palabras de agradecimiento a La Montaña.
Estaba así cuando una extraña sensación le inquietó. Le pareció que los brazos que había extendido se contraían de nuevo y que, sin él quererlo, le abrazaban. Pero, ¿quién le abrazaba?
Bajó los ojos para ver lo que sucedía, y una mueca de terror se dibujó en su rostro. Mathias Reimz estaba frente a él. Sonreía burlonamente.
—No está bien hacer trampa, Phil —escuchó poco antes de sentir el empujón. Y por un instante, mientras caía hacia el fondo de la grieta, Philippe Auguste Bloy creyó comprender el sentido de aquellas últimas horas de su vida.
Todo aquello —la visita, el olvido de las cuerdas— sólo había sido una tortura planeada de antemano: Mathias Reimz tampoco había querido perdonarle el sufrimiento de la ilusión.
Una sombra de muerte recorrió el Campamento Uno cuando el sherpa Tamng llegó con la noticia de que Philippe Auguste Bloy había caído en una grieta. El bullicio y las risas habituales de la cena cesaron bruscamente, y las tazas de té, humeantes aún, quedaron olvidadas sobre la nieve. Ninguno de los miembros de la expedición se atrevía a pedir detalles, nadie podía hablar. Temiendo que no le hubieran entendido, el sherpa repitió la noticia. El hielo se había tragado a Philippe Auguste, la grieta parecía profunda.
—¿No lo podías haber sacado tú, Tamng? —preguntó al fin el hombre que dirigía la expedición. Era Mathias
Reimz, un ginebrino que figuraba en todas las enciclopedias de alpinismo por su ascensión al Dhaugaliri.
El sherpa negó con la cabeza.
— Chiiso, Mister Reimz. Casi noche —dijo.
Era una razón de peso. En cuanto se hacía de noche, el frío —chiiso— de los alrededores del Lothse llegaba a los cuarenta grados bajo cero; una temperatura que ya por sí misma podía ser mortal, pero que, además,
volvía inestables a las grandes masas de hielo de la montaña. De noche se abrían grietas nuevas; otras antiguas, en cambio, se cerraban para siempre. El rescate era casi imposible.
—¿Qué señal has dejado, Tamng?
Volviéndose, el sherpa mostró su espalda vacía. La mochila de nailon rojo que faltaba allí era la señal que, bien sujeta con clavijas, había dejado en lo alto de la grieta.
—¿Estaba vivo?
—No saber, Mister Reimz.
Todos pensaban que las preguntas no tenían otra finalidad que la de ir preparando la expedición que habría de salir al día siguiente, con el primer rayo de sol. Para su sorpresa, Mathias Reimz comenzó a colocarse los crampones, y pidió que le trajeran una linterna y cuerdas. El ginebrino tenía la intención de salir inmediatamente.
—¡Lemu mindu! —gritó un viejo sherpa haciendo gestos de sorpresa. No aprobaba aquella decisión, le parecía suicida.
—La luna me ayudará, Gyalzen —respondió Reimz levantando los ojos hacia el cielo. Faltaba muy poco para que estuviera llena. Su luz alumbraba la nieve recién caída, y la volvía aún más pálida. A continuación, y
dirigiéndose a sus compañeros, declaró que no aceptaría la ayuda de nadie. Iría completamente solo. Era él quien debía arriesgarse, era su deber.
Mathias Reimz y Philippe Auguste Bloy trabajaban juntos en las estaciones de esquí de los alrededores de Ginebra, y por ese lado es por donde los europeos de la expedición entendieron la decisión, como resultado de los lazos creados por un largo trato personal. Menos informados, los sherpas lo atribuyeron a su condición de jefe y responsable de grupo.
Cuando la sombra anaranjada del anorak de Reimz se perdió entre la nieve y la noche, un murmullo de admiración surgió en el Campamento Uno. Era una actitud admirable, ponía su vida en peligro para salvar la de otro. Algunos mencionaron la fuerza de la amistad, el corazón. Otros, el espíritu de los alpinistas, la osadía, la solidaridad. El viejo Gyalzen agitó en el aire su tela blanca de oraciones: que tuviera suerte, que el gran Vishnu le protegiera.
Nadie sospechó la verdad. A nadie se le ocurrió que en el fondo de aquella decisión pudiera estar el odio.
A Philippe Auguste Bloy le dolía la pierna rota y el corte profundo que se había hecho en el costado.
Pero, aun así, se iba quedando dormido; el sueño que le producía el frío de la grieta era más fuerte que su dolor, más fuerte que él mismo. No podía mantener los ojos abiertos. Ya sentía el calor que siempre precede
la muerte dulce de los alpinistas.
Estaba tumbado sobre el hielo, absorto en su lucha particular, preocupado en distinguir la oscuridad de la grieta de la oscuridad del sueño, y no reparó en las cuerdas que, lanzadas desde lo alto, cayeron sobre sus botas.
Tampoco vio al hombre que, después de haber bajado por ellas, se había arrodillado junto a él.
Cuando el hombre le enfocó con la linterna, Philippe Auguste se incorporó gritando. La luz le había
asustado.
—¡Quítame esa linterna, Tamng! —exclamó luego, sonriendo por la reacción que acababa de tener. Se sentía salvado.
—Soy Mathias —escuchó entonces. La voz sonaba amenazadora.
Philippe Auguste ladeó la cabeza para evitar la luz de la linterna. Pero también la linterna cambió de posición. Volvía a deslumbrarle.
—¿A qué has venido? —preguntó al fin.
La voz profunda de Mathias Reimz resonó en la grieta. Hablaba muy lentamente, como un hombre que está muy cansado.
—Te hablaré como amigo, Phil, de hombre a hombre. Y quizá te parezca ridículo lo que te voy a contar. Pero no te rías, Phil. Piensa que te encuentras ante un hombre que sufre mucho.
Philippe Auguste se puso en guardia. Detrás de aquella declaración percibía el silbido de una serpiente.
—Vera y yo nos conocimos siendo aún muy jóvenes, Phil —continuó Mathias—. Tendríamos unos quince años, ella quince y yo dieciséis. Y entonces no era una chica guapa. Incluso era fea, Phil, de verdad. Demasiado alta para su edad y muy huesuda. Pero a pesar de todo, me enamoré de ella en cuanto la vi. Recuerdo que me entraron ganas de llorar, y que, por un instante, todo me pareció de color violeta. Te parecerá extraño, Phil, pero es verdad, lo veía todo de ese color. El cielo era violeta, las montañas eran violetas, y la lluvia también era violeta. No sé, puede que el enamoramiento cambie la sensibilidad de los ojos. Y ahora es casi lo mismo, Phil, no se han borrado aún aquellos sentimientos de cuando tenía dieciséis años. Ni siquiera se borraron cuando nos casamos, y ya sabes lo que se dice, que el matrimonio acaba con el amor. Pues en mi caso, no. Yo sigo enamorado de ella, siempre la llevo en mi corazón. Y por eso conseguí subir al Dhaugaliri, Phil, porque pensaba en ella, ¡sólo por eso!
El silencio que siguió a sus palabras acentuó la soledad de la grieta.
—¡No nos hemos acostado nunca, Math! —gritó de pronto Philippe Auguste. Sus palabras retumbaron en las cuatro paredes heladas.
Mathias soltó una risita seca.
—Por poco me vuelvo loco cuando me enseñaron vuestras fotos, Phil. Vera y tú en el hotel Ambassador de Munich, cogidos de la mano, el dieciséis y diecisiete de marzo. O en el Tívoli de Zurich, el diez y once de abril. O en los apartamentos Trummer de la misma Ginebra, el doce, trece y catorce de mayo. Y también en el lago
Villiers de Lausana, una semana entera, justo cuando yo preparaba esta expedición.
Philippe Auguste tenía la boca seca. Los músculos de su rostro endurecido por el frío se crisparon.
—¡Das importancia a cosas que no la tienen, Math! —exclamó.
Pero nadie le escuchaba. El único ojo de la linterna le miraba sin piedad.
—He tenido muchas dudas, Phil. No soy un asesino. Me sentía muy mal cada vez que pensaba en matarte. Estuve a punto de intentarlo en Kathmandú. Y también cuando aterrizamos en Lukla. Pero esos sitios son sagrados para mí, Phil, no quería mancharlos con tu sangre. Sin embargo, La Montaña te ha juzgado por mí, Phil, y por eso estás ahora aquí, porque te ha condenado. No sé si te quitará la vida, no lo sé. Puede que llegues vivo al amanecer y que el resto del grupo te salve. Pero no creo, Phil, yo tengo la impresión de que te vas a quedar en esta grieta para siempre. Por esa razón he venido, para que no te fueras de este mundo sin saber lo mucho que te odio.
—¡Sácame de aquí, Math! —A Philippe Auguste le temblaba el labio inferior.
—Yo no soy quién, Phil. Como te acabo de decir, será La Montaña quien decida.
Philippe Auguste respiró profundamente. Sólo le quedaba aceptar su suerte.
Su voz se llenó de desprecio.
—Te crees mejor que los demás, Math. Un montañero ejemplar, un marido ejemplar, un amigo ejemplar. Pero sólo eres un payaso miserable. ¡Ninguno de los que te conocen bien te soporta!
Demasiado tarde. Mathias Reimz subía ya por las cuerdas.
—¡Vera llorará por mí! ¡Por ti no lo haría! —gritó Philippe Auguste con toda la fuerza de su voz.
La grieta quedó de nuevo en tinieblas.
La excitación que le había producido la visita despertó el cuerpo de Philippe Auguste. Su corazón latía ahora con fuerza, y la sangre que había estado a punto de helarse llegaba con facilidad a todos sus músculos. De pronto, quizá porque su cerebro también trabajaba mejor, recordó que los alpinistas nunca recogían las cuerdas que utilizaban para descender a las grietas. Eran un peso muerto, un estorbo para el viaje de vuelta al campamento.
«Si Mathias...», pensó. La ilusión se había apoderado de él.
Se incorporó del todo y comenzó a dar manotazos a la oscuridad. Fue un instante, pero tan intenso que le hizo reír de júbilo. Allí estaban las tres cuerdas que, por la fuerza de la costumbre, Mathias Reimz había abandonado.
Las heridas le hacían gemir, pero sabía que un sufrimiento mayor, el más penoso de todos, le esperaba en el fondo de la grieta. Apretando los labios, Philippe Auguste se colgó de las cuerdas y comenzó a subir, lentamente, procurando no golpearse con las paredes heladas. Aprovechaba los estrechamientos para formar un arco con la espalda y su pierna buena, y de esa manera descansar. Una hora más tarde, ya había hecho los primeros diez metros.
Cuando su ascensión iba por los dieciocho metros, una avalancha de nieve lo desequilibró empujándole contra uno de los salientes de la pared. Philippe Auguste sintió el golpe en el mismo costado donde tenía la herida, y el dolor llenó sus ojos de lágrimas. Pensó, por un momento, en la muerte dulce que le esperaba en el fondo de la grieta. Sin embargo, la ilusión aún estaba allí, en su corazón, y le susurraba un «quizá» que no podía desoír. Al cabo, tenía suerte. El destino le había concedido una oportunidad. No tenía derecho a la duda. Además, la nieve caída indicaba que la salida estaba ya muy cerca.
Media hora después, las paredes de la grieta se volvieron primero grises y luego blancas. Philipe Auguste pensó que, al lanzarle contra el saliente, el destino había querido imponerle una prueba; y que en ese
momento, por fin, le premiaba.
—¡El cielo! —exclamó. Y era, efectivamente, el cielo rosado del amanecer. Un nuevo día iluminaba Nepal.
El sol resplandecía sobre la nieve. Frente a él, hacia el Norte, se elevaba el gigantesco Lhotse. A su derecha, atravesando el valle helado, zigzagueaba el camino hacia el Campamento Uno.
Philippe Auguste sintió que sus pulmones revivían al respirar el aire límpido de la mañana. Abrió sus brazos ante aquella inmensidad y, alzando los ojos hacia el cielo azul, musitó unas palabras de agradecimiento a La Montaña.
Estaba así cuando una extraña sensación le inquietó. Le pareció que los brazos que había extendido se contraían de nuevo y que, sin él quererlo, le abrazaban. Pero, ¿quién le abrazaba?
Bajó los ojos para ver lo que sucedía, y una mueca de terror se dibujó en su rostro. Mathias Reimz estaba frente a él. Sonreía burlonamente.
—No está bien hacer trampa, Phil —escuchó poco antes de sentir el empujón. Y por un instante, mientras caía hacia el fondo de la grieta, Philippe Auguste Bloy creyó comprender el sentido de aquellas últimas horas de su vida.
Todo aquello —la visita, el olvido de las cuerdas— sólo había sido una tortura planeada de antemano: Mathias Reimz tampoco había querido perdonarle el sufrimiento de la ilusión.
bagabigahiga2- Mensajes : 1448
Fecha de inscripción : 25/03/2008
Re: ARKADIA
esploradore nekatu batek zer ikus lezake
tristeziaren metro kuadratu baten mugetan,
limoiondoz inguraturiko kaminoak ezpadira;
zer ikus lezake ardo usaineko muinoak eta
eskifaia eroek gidatu untzi gorriak salbu
Ikus lezazke apika kristalezko irla batzuk,
urre edo zilarrezko ziutate bat goizaldean;
suge erraldoiak, tigreak eta, ikus lezazke
bale urdinak ozeano epel batean murgiltzen;
ikus lezazke bi emakume soineko laranjatsuz
eguzkiak sututako horma baten ondoan eserita;
Ikus lezazke egun berreskura-ezin guzti horiek
txori imajinarioen saldoak lez pa(u)satzen
1978, Etiopia liburua
Bernardo Atxaga
Ruperrek egin zuen kanta bat poema honekin.
tristeziaren metro kuadratu baten mugetan,
limoiondoz inguraturiko kaminoak ezpadira;
zer ikus lezake ardo usaineko muinoak eta
eskifaia eroek gidatu untzi gorriak salbu
Ikus lezazke apika kristalezko irla batzuk,
urre edo zilarrezko ziutate bat goizaldean;
suge erraldoiak, tigreak eta, ikus lezazke
bale urdinak ozeano epel batean murgiltzen;
ikus lezazke bi emakume soineko laranjatsuz
eguzkiak sututako horma baten ondoan eserita;
Ikus lezazke egun berreskura-ezin guzti horiek
txori imajinarioen saldoak lez pa(u)satzen
1978, Etiopia liburua
Bernardo Atxaga
Ruperrek egin zuen kanta bat poema honekin.
bagabigahiga2- Mensajes : 1448
Fecha de inscripción : 25/03/2008
Re: ARKADIA
El perro 'antisistema'
'Lukánikos', un chucho callejero griego, cobra una insólita repercusión mediática.- El can, o uno parecido, aparece en fotos de disturbios en Atenas desde diciembre de 2008.
Lo descubrió el periódico británico The Guardian. Bajo el título Kanelos, el perro griego manifestante, el diario publicó un amplio despliegue fotográfico sobre el curioso protagonismo de un cuadrúpedo mil razas, de tamaño medio y collar azul que acostumbra a enseñar los dientes a los hombres del MAT (antidisturbios) y no se arredra ni siquiera ante los botes de humo, en casi todas las manifestaciones que desde hace dos años sacuden el centro de Atenas. Sólo que Kanelos -en alusión al color de su pelaje- no atiende a ese nombre, sino al de Lukánikos (salchicha).
http://www.elpais.com/articulo/internacional/perro/antisistema/elpepuint/20100510elpepuint_5/Tes
http://rebeldog.tumblr.com/
http://kanelos.blogspot.com/
https://www.facebook.com/pages/Riot-Dog/353944527939?ref=search&sid=1232380789.3201758307..1
https://www.facebook.com/kanellos.dog?v=wall&ref=search
Murruak (1896)
Kostantinos Kavafis
euskaratzailea: Andolin Eguzkitza
Arretarik gabe, errukirik gabe, ahalkerik gabe
handi eta garai eraiki zituzten murruak ene inguru.
Eta esperantzarik gabe nago orain hemen.
Besterik ez dut pentsatzen: adimena irensten dit asturu honek;
zeren gauza asko kanpoan baineukan egiteko.
Ai, murruak eraikitzen zihardutenean, zelan ez nuen jaramonik egin.
Baina ez nuen inoiz entzun eraikigileen oihartzuna.
Erreparatu gabe gorde ninduten mundutik kanpo.
http://www.armiarma.com/emailuak/poetak/kavafis.htm
'Lukánikos', un chucho callejero griego, cobra una insólita repercusión mediática.- El can, o uno parecido, aparece en fotos de disturbios en Atenas desde diciembre de 2008.
Lo descubrió el periódico británico The Guardian. Bajo el título Kanelos, el perro griego manifestante, el diario publicó un amplio despliegue fotográfico sobre el curioso protagonismo de un cuadrúpedo mil razas, de tamaño medio y collar azul que acostumbra a enseñar los dientes a los hombres del MAT (antidisturbios) y no se arredra ni siquiera ante los botes de humo, en casi todas las manifestaciones que desde hace dos años sacuden el centro de Atenas. Sólo que Kanelos -en alusión al color de su pelaje- no atiende a ese nombre, sino al de Lukánikos (salchicha).
http://www.elpais.com/articulo/internacional/perro/antisistema/elpepuint/20100510elpepuint_5/Tes
http://rebeldog.tumblr.com/
http://kanelos.blogspot.com/
https://www.facebook.com/pages/Riot-Dog/353944527939?ref=search&sid=1232380789.3201758307..1
https://www.facebook.com/kanellos.dog?v=wall&ref=search
Murruak (1896)
Kostantinos Kavafis
euskaratzailea: Andolin Eguzkitza
Arretarik gabe, errukirik gabe, ahalkerik gabe
handi eta garai eraiki zituzten murruak ene inguru.
Eta esperantzarik gabe nago orain hemen.
Besterik ez dut pentsatzen: adimena irensten dit asturu honek;
zeren gauza asko kanpoan baineukan egiteko.
Ai, murruak eraikitzen zihardutenean, zelan ez nuen jaramonik egin.
Baina ez nuen inoiz entzun eraikigileen oihartzuna.
Erreparatu gabe gorde ninduten mundutik kanpo.
http://www.armiarma.com/emailuak/poetak/kavafis.htm
bagabigahiga2- Mensajes : 1448
Fecha de inscripción : 25/03/2008
Re: ARKADIA
Bizente Ameztoi eta haren txorimaloak eta panpinak
bagabigahiga2- Mensajes : 1448
Fecha de inscripción : 25/03/2008
Re: ARKADIA
bagabigahiga escribió:
Bizente Ameztoi eta haren txorimaloak eta panpinak
bagabigahiga2- Mensajes : 1448
Fecha de inscripción : 25/03/2008
Re: ARKADIA
Honey Bee escribió:
http://www.goear.com/listen/4adda33/gymnopedie
bagabigahiga2- Mensajes : 1448
Fecha de inscripción : 25/03/2008
Re: ARKADIA
bagabigahiga escribió:Honey Bee escribió:
http://www.goear.com/listen/4adda33/gymnopedie
Lo mismo pero al reves?
Quién quiere ver?
Qué queremos ver?
La humanidad le da la espalda a la condición?
Ay.....
Invitado- Invitado
Re: ARKADIA
http://www.goear.com/listen/1467ad0/pale-blue-eyes-lou-reed-&-the-velvet-underground
...down for you is up.....
...down for you is up.....
Invitado- Invitado
Re: ARKADIA
LA CAÑA DE PESCAR DEL AHOGADO
Al principio no la quería usar.
Luego pensé, no, me revelará
secretos y me dará suerte
que es lo que entonces necesitaba.
Además, me la dejó a mí
para que la usase cuando fue a bañarse aquella vez.
Inmediatamente después, conocí a dos mujeres.
Una adoraba la ópera y la otra
era una borracha que había pasado un tiempo
en la cárcel. Ligué con una
y empecé a beber y a reñir sin parar.
¡El modo en que esta mujer podía cantar y seguir bebiendo!
Fuimos directamente al fondo
Raymond Carver
Invitado- Invitado
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