RONDA 16-06 DEL CONCURSO DE MICRORRELATOS > VOTACIÓN EN CURSO

"Brainstoroming"



Salud,
z

"Autista en Wikipedia":



Salud,
z

"Vinny puntuando relatos":



Salud,
z

"El sencillo voto de Elsanbenito":



Salud,
z

"Annie, Mugu y Tacitus comentando la gala":



Salud,
z

"Microrrelatista buscando a la Musa":



Salud,
z

 

Grandes shows y gran pase de diapositivas.
Eso sí, el corsé aprieta.
Pero no ahoga.
Bueno, ahoga mismo un poco sí.

Hola, literatos.

Tormenta grande ahora mismo sobre mi ciudad...

Mala noticia, estoy sobrio.

:hiu:

11.- Después silencio

Mi primer trabajo me llevó hasta la última casa de una calle sin salida. Una mujer de edad mediana
me hizo sentar en un sillón mientras se tendía en un diván. Vivía sola y de una pequeña renta, pero finalmente me compró un seguro de hogar de gama media y me ofreció una cerveza. “Estoy de servicio” me oí argumentar para rechazarla. Se rió.
Al día siguiente, muy ufano, introduje los datos en la aplicación. Unos días después recibí un aviso de Gestión porque había un problema con aquel seguro. Su titular no figuraba en ningún registro.
Decidí pasarme de nuevo por el lugar pero nadie contestó al timbre de la entrada. Averigüé a través de Catastro que la casa era propiedad de un banco que la había embargado a causa del impago de un crédito. Nuevas indagaciones revelaron que llevaba tres años sin ser ocupada. Intrigado, decidí regresar.
Tras varios timbrazos escuché los pasos de alguien que arrastraba los pies. Después silencio. Sentí frío y tuve miedo. Oí un llanto lleno de aflicción. Huí.

12.- Las Marismas

Mi primer trabajo me llevó hasta mi segundo trabajo, que también resultó el peor. Tenía 16 años y me contrataron en el cámping Las Marismas como animadora infantil; cuatro horitas estupendas. Pero una mañana apareció Quintana, el encargado.
-Lorena, la Jenny se me ha puesto mala, tienes que atender el bar.
Antes de poder contestar, Quintana ya me estaba enseñando a tirar cervezas y a usar la máquina de café. Me dejó ahí, sola.
Apareció don Manuel.
-¡Niña! ¿Ande está la Jenny!
-Está mala.
-Ponme un chato. Y ponte una cervecita a mi salud.
-Estoy trabajando.
-Niña, qué rancia eres.
Tras media hora, había servido ya quince chatos y rechazado doce cervezas.
Don Manuel no paraba de mirarme y acercarse.
-Niña, te doy trescientos duros si me dejas que te toque las tetas.
El vaso estalló en la pared; no le llegué a dar. Me largué sin presentar a Quintana mi dimisión.
Desde entonces, siempre dejo buenas propinas a las camareras. Pobre Jenny. ¿Cómo no iba a ponerse mala?

13.- El aprendiz

Mi primer trabajo me llevó hasta la capital. En la sastrería de mi tío, como se decía antes, aprendería un oficio. Un año entre tijeras y patrones para descubrir que aquello no era lo mío. Aproveché entonces la oferta de mi amigo Manuel, ascensorista en el Excelsior. Yo también entré de botones y mírame ahora, dijo con insólito entusiasmo. Quince meses de maletas enormes y propinas minúsculas me llevaron al bistró de René, lavaplatos diplomado con posible ascenso a pinche. Antes de Navidad hui, con las manos agrietadas, alistándome en la Marina; exótico destino en el que tras un lustro no pasé de grumete.
Hasta justo ayer cuando, recién despedido de pasante, encontré a Manuel de casualidad. Ahora era técnico de ascensores. En esta vida estamos continuamente aprendiendo, declamó con solemne filosofía de restaurante chino. Puede, pensé, pero lo mío ya es vicio.
Quiso invitarme a una cerveza, pero le dije que lo había dejado.
¿Cuándo? quiso saber
Muchas veces, como todo, bromeé antes de prorrumpir en amargos, ridículos sollozos.

14.- Un tigre de papel

Mi primer trabajo me llevó hasta el fin del capitalismo, pasando las puertas de la desilusión y cómodamente instalado en el salón del cinismo. Nunca volví a creer en el esfuerzo, en el trabajo ni el sistema.

Tampoco exactamente el primero, tras años repartiendo octavillas para los distintos negocietes chapuceros de mi padre, que no ofrecían, digámoslo elegantemente, un salario formal.

Llegó ese primer trabajo teóricamente pagado. Una nueva tienda del centro comercial buscaba repartidores de propaganda, “jóvenes motivados” como mis amigos y yo. Qué saben los doce años del capitalismo.

Les mostré mi impresionante currículo como repartidor. Training en esquivar perros, buzoneo sincronizado, cruzado, mariposa… Básicamente, si se trataba de octavillas, tenían delante al mayor especialista de la comarca, tal vez de toda la comunidad autónoma, categoría alevines. Qué honor, muchachito. Pase por aquí, tome este taco, póngase a la puerta del centro comercial y reparta. Luego vuelva aquí a por el dinero.

Allí repartimos todos los niños, todo el día. Y a las cinco de la tarde, eran las cinco de la tarde, volvimos a por nuestro dinero y, como en una escena de los Simpsons, no había ni rastro de la empresa contratante. Entre el zurdórium y la tienda de muebles, sólo una verja cerrada y un cartel de “SE ALQUILA”. Nos habían timado. Llamamos al número de la octavilla, nadie contestaba. Diez niños volviendo a casa cabizbajos, el día tirado, la importante lección aprendida: peces grandes, chicos, la banca gana. Mi padre, viendo mi decepción, me ofreció una cerveza. Papá, tengo doce años. Me fui a la cama. Juré que nunca volvería a trabajar.

15.- De profesión, limpia.

Mi primer trabajo me llevó hasta la antesala de mi oficio actual. Armado de una caja de madera con una horma en la tapa superior, me dispuse a la puerta del Rialto como había visto hacer a mi padre cientos de veces.
Mi último cliente fue un botín con aspecto ajado, aunque de calidad; quien lo calzaba lucía buena facha rematada en un rostro algo patibulario. Me afané con el betún, trapo y cepillo hasta que un joven sonriente se acercó al embetunado, quien rechazó una cerveza que el otro le ofrecía. Visto y no visto, un estampido convirtió su cabeza en un amasijo informe de nata y fresa.
El joven sonriente me guiñó un ojo y puso una moneda de plata sobre la horma vacía. Lo detuvieron al día siguiente.
Fui citado a juicio como único testigo ocular. No quise confirmar su identidad, no podía echar a perder aquella sonrisa que terminó siendo mi maestro en este extraño arte. Ahora, también yo reparto monedas de plata entre los niños.

16.- Romário de Souza Faria

Mi primer trabajo me llevó hasta el PSV Eindhoven. Holanda no estaba mal, pero los porros no son lo mío, así que me mudé a Barcelona. ¡Ay, amigos! La noche catalana nunca acaba, puedes juntar el amanecer de un día con el entrenamiento del día siguiente. Y como luego en el campo me sacaba el rabo —Alkorta, hazte así que tienes algo en la boca—, pues todos contentos...

—Romi, ¿otra cerveza?
—Creo que paso.

¿Luego? Los años siguientes son confusos: Brasil, Valencia, tetas, más tetas, por aquella época mi mente era un after perpetuo. Creo que coqueteé con la droga. Coque-te-éh, ¿lo pilláis? ¿Eh? ¿Eh?

—Te pongo la cerveza cuando me digas, ¿va, jefe?
—Quizá más tarde.

Ahora soy de Podemos-Brasil. Ni de izquierdas ni de derechas, equidistante. ¡Equidistante y de Podemos! El Vestrynge carioca soy...

—¿En serio me vas a rechazar una cerveza?
—No, copón —veo mis defensas caer como directores deportivos del Athletic—. Ponme otra. Y échale ginebra.

.

Literatos, amigos: no sé hasta cuándo aguantará el suministro de luz.

;hiu:

"La señora Montenegro se dispone a leer los relatos":




Salud,
z

17.- Menú de gustación

Mi primer trabajo me llevó hasta El Bulli, empecé a lo grande, aunque desde lo ínfimo: era el porteador de los equipos de iluminación y sonido de una televisión local. Mi cometido era básicamente cargar con los trastos y sujetar focos. Se trataba de grabar un reportaje al uso, con el presentador guapetón y campechano de turno.

Ferran Adrià tuvo a bien invitarnos a cenar  y así tuve la oportunidad de probar algunas de sus creaciones. Pero a mis diecisiete años tenía aún por educar la curiosidad gastronómica, y muy desarrolladas la insolencia y la insensatez. Vamos, que pedí un escalope con patatas en cuanto vi que el menú comenzaba con “Bellini de Cerveza Malquerida con Marshmallow de Piñones”.
-Te falta un viaje, xicot, mira que perder esta oportunidad…

El viaje me lo dio poco después un camarero que me siguió al servicio, me abordó por sorpresa y antes de que pudiera decir “esferificación”, me hizo una felación cinco estrellas. Eso no tuve reparos en probarlo, cosas de la edad.

18.- Ronda nocturna

-Mi primer trabajo me llevó hasta la idea de ser policía. Era guarda de seguridad en un museo, pero allí nunca pasaba nada y yo quería acción.- le comentaba Sanders a Bernal.
-Pues yo pagaría porque todas las rondas fuesen tranquilas, cada vez aguanto menos la acción.- era la respuesta de Bernal, quién se acercaba a la jubilación.
-Al final creo que todos buscamos eso con el paso del tiempo dentro del cuerpo.

Kevin, el tabernero, se acercó al lado de la barra donde estaban los dos agentes.
-¿Cerveza?- le preguntó a ambos.
-Hoy no, Kevin. Chupitos de ginebra. Nos toca hoy patrullar los suburbios.- comentó Sanders
-Se avecina noche larga, ¿no?
-Con suerte no hay jaleos y lo único que hacemos es quitarle un pico a alguien para meternoslo nosotros.- comentó Bernal mientras ponía un billete sobre la barra

Lástima, la ronda 16-06 tendría que haber acabado claramente en 16.

Yo tiraría los dos últimos a tomar por culo. Como si son míos. Por qué no.

Salud,
z

19.- Destilado de sosiego

Mi primer trabajo me llevó hasta el alcoholismo. Cuando mi suegro me regaló el puesto de comercial no fui capaz de conectar su odio con la aparente inocuidad del producto que debía vender: agua. Pero arregonden tanto los días viviendo en bares y durmiendo en hoteles que uno acaba por recurrir a cualquiera de los inhibidores de tiempo disponibles para este tipo de profesiones; véase alcohol, prostitución o tragaperras. Muchos compañeros, distribuidores de detergentes, alimentación o bisutería, huían de la soledad de la noche y el impasse del mediodía acompañándose de amantes cargadas de esperanza, triunfo, amor y emoción, que les sacaran de la lúgubre espera. Para mí no había picos de fracaso o erupción, el día era sosegadamente plano, me levantaba como me acostaba: borracho, cristalino, insípido, e inodora mi voluntad. Si acaso un momento, a destiempo, brillante, cuando un camarero ofrecía, anticipando el horario a mi deseo: ¿Una cerveza? Y yo respondía: ¿Tengo cara de ludópata o putero? Whisky, con agua, a poder ser: Fonter.

Pero basta ya de tanto puto vago procrastinador.

Salud,
z

David Z. escribió:Lástima, la ronda 16-06 tendría que haber acabado claramente en 16.

Yo tiraría los dos últimos a tomar por culo. Como si son míos. Por qué no.

Salud,
z

Es que despuésd de adularme unas líneas, me parecería algo feo.
Aunque...

..peores cosas se han leído aquí... jajajaja

20.- Perrera municipal

Mi primer trabajo me llevó hasta Gattysburgh. Dos siameses. En realidad sólo debía encargarme de uno, pero me era imposible saber cual, así que me deshice de ambos. Cuando volví y me presenté ante el jefe, se mostró impresionado. «Ponle una cerveza al novato», dijo, pero ni siquiera la toqué, no quería parecer otro matón borrachín y pendenciero. «Perry, ¿no? Llegarás lejos». Pronto llegaron más encargos: O’Malley, Barbieri, la banda de los callejeros… Demasiados. Quizá algunos lo merecieran. Qué más da. Aún recuerdo el día que liquidé a Cathy Angora, y los maullidos de sus cachorros resonando al fondo del callejón mientras se desplomaba. Sucedió hace años, pero todavía sigo escuchándolos cada noche como si volviera a aquel callejón. Desde que me entregué, he pasado interminables meses enjaulado entre pulgosos abandonados, esperando que llegue mi turno. Esperando la inyección que acalle los maullidos, que me libere de esta perra vida.

Literatos, la luz se va por momentos...

Mñana os doy loq ue queda.


;hiu:

El de Autista mola.

DON escribió:Literatos, la luz se va por momentos...

Mñana os doy loq ue queda.


;hiu:

Don, ¿estás con la luz enganchada a algún vecino? Es más seguro hacerlo a las farolas, esas no te pillan...

Vinny Vedecci escribió:El de Autista mola.

El Toro este debe ir a teclado por mes. Le borra todas las letras el jodío. Vaya tochos.

Y apropiándose del calzashow además.

Vinny Vedecci escribió:El Toro este debe ir a teclado por mes. Le borra todas las letras el jodío. Vaya tochos.

Y apropiándose del calzashow además.

Ha sentido tu ausencia y ha llenado el vacío (copla clásica)

Toro escribió:

DON escribió:01.- Gajes del oficio

Mi primer trabajo me llevó hasta una finca bovina cerca de Algadefe. El John Deere había quebrado la ballesta y yacía hundido en el estiércol de las vacas allende su férrea panza. Deberíamos subsanar el apero, pero antes debíamos sacarlo del abrazo del fimo.
Haciendo ademán de una inteligencia extraterrestre, el pecuario decidió doblegar la resistencia del maldito artefacto con una eslinga y su todoterreno. ¡Pies para que os quiero! El tractor y el ganadero se enzarzaron en un duelo de torpeza sin igual, hasta que llegó el estrago, ¿quién lo diría? El rudimentario útil usado como enganche se partió y salió disparado cual bala del Magnum de Harry Callahan, pudiendo haber provocado heridos e incluso disturbios entre los rumanos que miraban atentamente la jugada maestra.
Fede, el iluminado, tuvo otra gran idea. Visto el nivel, me hice el longuis dada la lejanía del hospital. Tibi, el rumano, celebraba el acontecimiento pimplándose una litrona Cruzcampo, que amablemente rechacé. Todo en aquel sitio estaba infectado en mierda. ¡Gajes del oficio!

Calzador principal (Cuánto de importan es el sitio hasta el que te lleva):
Existe, que sea esa finca bovina no aporta mucho.
Calzador secundario (Cómo de verosimil es ofrecer una cerveza en esa situación):
Aquí no hay, es muy natural el ofrecimiento.
Rechazómetro (¿La rechazaría yo allí?):
Por supuesto, y más en tiempos de covid.
Qué ofrecería al autor, que no sea cerveza:
Ya que menciona la inteligencia extraterrestre, a una sesión sci-fi rural, ya que le gusta el humor, empezaríamos por el milagro de P Tinto.

No veo calzador primario: es un trabajo como cualquier otro. Sí lo veo en el segundo: ¿un rumano bebiendo una litrona de Cruzcampo? Y, ¿dónde ha sido ofrecida para ser rechazada? 170 palabras deberían haber sido suficientes. No me vale que sea una oferta elidida; no te hagas el longuis, autor.

Toro escribió:

DON escribió:02.- Road to perdition

Mi primer trabajo me llevó hasta ella. Al principio fue fácil evitar la tentación; me pasaba el día repitiendo: «que no, que no quiero cerveza». Pero claro, la vida en un bar te conduce inexorablemente al alcoholismo más bucólico. Y al final, cedes. Primero es una cerveza, después un par de ellas y cuando te quieres dar cuenta los chupitos caen a pares. Tras varios meses en La Cueva, me convertí en un zombi. Bebía hasta cerrar el bar y después continuaba en casa. El alcohol te ayudaba a olvidar tu propia miseria. El caos reinaba. Y como vivía solo, pues nadie se percató de mi desastroso estado. Lo peor fue cuando comencé a consumir drogas: primero algunos porros, después algo de coca y, finalmente, jaco. Terrible. Si a ello le sumas que siempre había triunfado con las mujeres, pues imagina. Alcohol, drogas; sexo sin protección. La locura se hizo tan evidente que llegó un punto en el que me di cuenta de que este microrrelato iba camino del rosco.

Calzador principal (Cuánto de importan es el sitio hasta el que te lleva):
Imposible, le lleva a la cerveza, ha hecho un gran crossover.
Calzador secundario (Cómo de verosimil es ofrecer una cerveza en esa situación):
A medias, es un rechazo indirecto, demasiado general, estrictamente no ha "rechazado una cerveza" sería más bien rechazar LA cerveza.
Rechazómetro (¿La rechazaría yo allí?):
Pues en principio no entiendo muy bien por qué rechazarla, no creo que lo hiciera, salvo en horas de trabajo.
Qué ofrecería al autor, que no sea cerveza:
Una sesión de películas con final de giro sorprendente e inesperado que haga ver de otra forma todo el relato, sin recurrir a metas, empezaríamos por el planeta de los simios.

Se produce un extraño caso de calzador secundario causado por la falta absoluta de calzador primario. Que me aspen si lo entiendo.

Toro escribió:

DON escribió:

03.- Los salvajes Highlands

Mi primer trabajo me llevó hasta Highwater Valley, donde la ausencia de terratenientes obligaba a los patronos a pagarse su propia seguridad. Fue allí donde me curtí en el manejo experimentado del trabuco gracias a la Highwater & Tillvern Company, la primera fábrica textil de toda Escocia. Me requirieron junto a cuatro matones más de mala muerte para imponer ley y orden sobre aquellas tierras alejadas de la razón.

Aún recuerdo el olor a pólvora, barro y cerveza mugrienta cuando aquellos borrachos hambrientos de trifulcas me ofrecían de su espumosa en vez de marchar hacia la fábrica, obligándome a rechazarla y aceptar la violencia. Las mujeres se negaban a trabajar fuera de sus hogares y teníamos que sacarlas por los pelos bajo la cadencia de la lluvia.

Fueron tiempos convulsos los de los Highlands, donde la fábrica devoró la moral absoluta del valle.

Calzador principal (Cuánto de importante es el sitio hasta el que te lleva):
Vale que no es relevante que sea ese valle, pues es un relato que pasa casi en un sitio genérico salvaje, pero bueno, es el escenario del relato completo así que lo damos como buen uso, no calzador.
Calzador secundario (Cómo de verosímil es ofrecer una cerveza en esa situación):
No existe, creo que todos podemos visionar bien la situación y parece un gesto bastante natural.
Rechazómetro (¿La rechazaría yo allí?):
Sin duda, como la de los rumanos del otro relato
Qué ofrecería al autor, que no sea cerveza:
Habría que entrarle por el western me temo... una sesión de series esta vez, empezaríamos viendo las temporadas de westworld, y luego a ver si tenemos fuerzas para más...

No le des tantas vueltas, amigo Toro, calzador primario tamaño sideral. Pero con qué gracia está usado, mon ami. Luego, si no ves calzador secundario ahí... pero también está puesto con donaire y soltura.

Toro escribió:

DON escribió:04.- Do ut des

Mi primer trabajo me llevó hasta millones de papilas gustativas. Grandes corporaciones contratadas por el Gobierno venían a buscarnos a las facultades. Los galenos cobrábamos muy bien; no tanto los pacientes forzosos. A razón de un céntimo por papila, se les extendía un cheque por valor de cien euros. A los clientes se les cobraban enormes cantidades por el tratamiento, dependiendo de la edad del “donante” y de la capacidad regenerativa de aquellos codiciados receptores sensoriales.

Una mañana trajeron a la clínica a un individuo que me resultó tremendamente familiar. No tardé en reconocerlo: el borrachín de mi antiguo barrio, un hombre bueno siempre dispuesto a echar una mano. Subía la compra a mi madre sin pedir nada, aunque solía llevarse alguna moneda a cambio. Antes de empezar el procedimiento le ofrecí una cerveza, la cual rechazó: “Gracias, pero prefiero no recordar su sabor”, musitó aliquebrado.

Sin pensarlo dos veces, saqué varios billetes de mi cartera y se los entregué, firmando por él antes de estirpar mis propias papilas gustativas.

Calzador principal (Cuánto de importante es el sitio hasta el que te lleva):
No, es un chocante uso, pero al final es principal en el desarrollo.
Calzador secundario (Cómo de verosímil es ofrecer una cerveza en esa situación):
A medias... una cerveza antes de una intervención? A un ex(?) borracho? No tengo claro que sea el sitio ni el momento
Rechazómetro (¿La rechazaría yo allí?):
Ni de coña, antes de que me extirpen, aprovecharlas al máximo
Qué ofrecería al autor, que no sea cerveza:
Tiene gran capacidad de autosacrificio, pero creo que hay historias en las que un final despiadado le va como un guante, sesión de humanismo inmisericorde y desolador, empezaríamos con SAW, la primera, la buena.

Sí, chocante cual calzador golpeando repetidamente el talón del usuario. Ahora bien, el secundario, si la historia es lo que creo que es, no es calzador en absoluto.

Toro escribió:

DON escribió:05.- Jabber con papas (y coca-cola grande)

Mi primer trabajo me llevó hasta la trangogranja del Instituto Roslin. Allí, protegidos por las leyes postbrexit3, los genetistas más prometedores del mundo jugábamos a ser dioses. Buscábamos el animal perfecto, aquel capaz de alimentar a una población de veinte mil millones de seres humanos. En tubos de ensayo supimos combinar la frugalidad del camello con la parvedad energética del perezoso, en turbias redomas juntamos el crecimiento del pollo con el corazón fornido del cerdo. ¿El resultado? Una aberración que, sorprendentemente, sabía a cordero. El Jabberwocky —así lo llamamos— fue oficialmente presentado en 2132. Tan feo como delicioso. Todo un éxito.
Posteriormente mi fama me llevaría a desempeñar labores en otros campos: ni por un millón de bitcoins probaría una quinoacerveza, ni por todo el oro del mundo comería una neosalchicha de frankfurt. No me siento orgulloso de algunos desatinos, no, pero un escalofrío de orgullo recorre mi espalda cada vez que pido en un McKing: «un jabberwocky doble con queso, por favor; sin lechuga, sin pepinillos y sin tomate».

Calzador principal (Cuánto de importante es el sitio hasta el que te lleva):
Nada, te sitúa perfectamente en el lugar distopico donde va a ocurrir la historia, mostrando ubicación y género.
Calzador secundario (Cómo de verosímil es ofrecer una cerveza en esa situación):
A medias, pues el rechazo, como en el primero, es más general que el hecho de rechazar UNA cerveza, aunque aquí sería un tipo.
Rechazómetro (¿La rechazaría yo allí?):
No, tengo naturaleza curiosa, probarla, seguro que la probaba.
Qué ofrecería al autor, que no sea cerveza:
Aquí... aunque rompa el hilo de los anteriores relatos, tengo clarísimo, que le tengo que ofrecer un buen menú en un restaurante vegetariano para que se abra un poco más a algunas cosas...

No veo calzador primario, como tampoco lo había en el primer relato por la misma razón. En cuanto al secundario, pfff... es casi un insulto. Más endeble que la electricidad en casa DON.

Toro escribió:

DON escribió:06.- El recaudador de sueños

Mi primer trabajo me llevó hasta el piso de Fran Letta.
Instalé la grabadora onírica en su mesita, y el lector cerebral en la almohada bajo su mirada recelosa.
Era medianoche y sin atisbo de intentar dormirse, quise romper el hielo:
—Te invito a unas cervezas abajo para hacer tiempo.
Sus ojos se inyectaron en sangre.
—¡Cállate, sinvergüenza! Nos robáis hasta los sueños...
Decidí callar hasta que durmiera. Era un desagradecido, el Estado lo mantiene, si no puede dar dinero, ¿qué menos que donar su imaginación?
Al día siguiente la grabadora estaba repleta. El Estado vendió aquel lote a buen precio a WoldGames. Desde entonces he recolectado material vendido a productoras de cine, empresas tecnológicas, editoriales, discográficas...

Hoy acaban de cancelarme la visita a Fran. Se ha “secado”, como decimos nosotros. No compensa mantenerle. Curiosamente hoy, con el LettaWorld batiendo record de descargas. Todo ciudadano vale, al menos, lo que valen sus sueños. Fran ya no, da igual, seguimos. Terminaré el café y a por el siguiente de mi lista.

Calzador principal (Cuánto de importante es el sitio hasta el que te lleva):
No, te lleva a su lugar habitual de trabajo además de darte nombre y apellido útil a lo largo del desarrollo.
Calzador secundario (Cómo de verosímil es ofrecer una cerveza en esa situación):
A medias, un funcionario ofreciendo una cerveza? vale que los nervios del primer día y que no tiene prisa, pero no sé...
Rechazómetro (¿La rechazaría yo allí?):
Sin duda, tendría esa misma actitud furiosa, antes me voy solo.
Qué ofrecería al autor, que no sea cerveza:
Sesión de distopías de estado que son capaces de sorprender en el final por muy burocrática, anodina y cruel que sea la rueda estatal, género casi abierto con 1984, pero empezaríamos con Brazil.

No, dice el sinvergüenza con una sinvergonzonería solo superada por la del autor. Del segundo no hablo que me da la risa.

Toro escribió:

DON escribió:
07.- Capitán Malfario: Orígenes


Mi primer trabajo me llevo hasta este mismo local, en los ochenta monté aquí un videoclub especializado en Betamax. Tras ese fracaso, vinieron muchos más.

De niño me salían todos los cromos repetidos y caía en el examen lo que no había estudiado. Hasta ahora, pensé que sólo era un cenizo, pero quiero revelar la verdad a su revista.

- Muy interesante, cuénteme.

Até cabos leyendo el último número. Esos Kennedy, tienen peor suerte que yo... acabar teniendo a Terminator en la familia, menuda broma macabra. ¡Y los otros reportajes! El muchacho que ve a través de los rasca y gana, el búlgaro que levita dos segundos cada vez que se tira un cuesco... ¿No se da cuenta? ¡Hay mutantes de chichinabo y yo soy de ellos!

- Claro, claro. Ahora recibirá propuestas de todos los equipos de fútbol.

Me temo que no. Sólo tengo mala suerte para mí... qué mala suerte.

- Una faena... tomaré una cerveza ¿Quiere una?

Agua, por favor. Si me pidiese una a mí, nos pondrían Cruzcampo.

Calzador principal (Cuánto de importante es el sitio hasta el que te lleva):
Literalmente, "este mismo local", es casi una forma de quitarse la frase de enmedio, pero tomando "videoclub especializado en betamax" es perfecto para situarte, darte ya pistas del personaje y hacer una intro a la propia historia del personaje, redonda.
Calzador secundario (Cómo de verosímil es ofrecer una cerveza en esa situación):
Pues tengo la sensación de que el interlocutor solo está ahí para la cerveza, así que solo el trabajo de meterlo para ello, en si mismo, destruye cualquier calzador.
Rechazómetro (¿La rechazaría yo allí?):
No la rechazaría, entiendo el motivo, pero me la tendría que seguir jugando, una cerveza bien lo vale, como mucho no la tomo
Qué ofrecería al autor, que no sea cerveza:
Una sesión de películas en las que cosas poco importantes o fortuitas acaban teniendo unas repercusiones enormes, acaban cambiando el mundo incluso, pasan de la anecdota a lo trascendental. Empezaríamos con el efecto mariposa.

Pásame por privado lo que tomas, por favor. No por lo del calzador, que estoy de acuerdo contigo, sino por la manera que has tenido de explicarlo. El secundario: te recuerdo que me tienes que pasar por privado lo que tomas.

Buenos días.

¿Una cerveza para desayunar?

Capaces seréis de rechazarla...

21.- El salvaje Dios de la lluvia

Mi primer trabajo me llevó hasta el país profundo, tierras sedientas y abandonadas por el Señor y que únicamente ofrecían penuria física y moral a sus agostados colonos. Los molinos les trajeron ilusión, aunque asustaron a los pocos chiquillos que me seguían como ratones. Los adultos, en cambio… fueron más difíciles de doblegar. Renegaron de la cerveza, del licor, de los naipes; diría que también de la lujuria, pero la mayoría ni siquiera tocaba a sus mujeres. Oración y arrepentimiento ¡No escucho suficiente fervor en vuestras plegarias! Con dicha o sin ella, la cuestión es que me obedecían ciegamente, como a su dueño; los amonestaba incluso por entregarme sus escasos ahorros llenos de polvo.
Y en verdad os digo que resulta encomiable para el negocio de la estafa que existan almas tan cándidas… y te lo agradezco, buen Dios de la lluvia. Confieso que su milagro nunca les llegó… al menos que yo sepa. Es vano el mirar atrás, un melancólico esfuerzo. Brindo por eso.

22.- Un 5*****

Mi primer trabajo me llevó hasta el Madison donde conseguía un sobresueldo haciendo algo más que las humildes tareas de botones para los clientes más selectos de la ciudad. Algún que otro encargo, trapicheos… en definitiva: se me daba bien mantenerme calladito. Al poco tiempo, gracias a mi buen hacer y mis modales, conseguí ser encargado de planta. Allí me encargaba personalmente de que a los clientes del hotel no les faltara de nada, y sobre todo, siempre mucha discreción. Después, como jefe de recepción podía estar alerta e informar de cualquier acontecimiento a cualquiera de mis contactos. Para entonces ya había tejido mi propia tela de araña, solo con gente de mi confianza en los puestos de botones y encargados de planta. Lo que pasa en el Madison, se queda en el Madison.

Ahora, como gerente, podría escribir una saga entera de libros… pero nunca había visto un crimen tan atroz como cuando rechazaron una cerveza al señor Moretti. Aún están terminando de tapizar la Suite Presidencial.

23.- Oes perfectas

Mi primer trabajo me llevó hasta el cementerio de Ponferrada. Tenía catorce años y ese verano al dejar el internado al que me había empujado mi madre, mi padre me buscó "algo". Resultó ser un hombre callado de manos gigantes que preparaba las lápidas con máquinas de arena a presión. Resultó que yo tenía habilidad para las proporciones, la corrección de plantillas tipográficas y para reconocer el dolor fingido en un sepelio.


Frente al taller vivía además el carpintero que hacía los ataúdes. Siempre que lo veía al otro lado de la calle con la regla fingía tallarme y se reía gritándome: te queda poco, chaval. Alzaba la mano con una sempiterna cerveza, como una invitación reconciliadora. Yo la rechazaba agachándome bruscamente: nunca sabría mi estatura.  


Fue el verano que más muertos vi de toda mi vida. En septiembre el regreso al internado no lo hice feliz, pero sí victorioso.

Buen día. Es broma, literatos, me encuentro bajo un temporal que haría reir a los del norte pero que en este charquito ancestral que es el mediterráneo infunde respeto e instrospección.

No he desayunado por publicar sus novelitas, deseo aclarar ese punto, ese esfuerzo. Luego contestaré los mensajes que restan.


:hiuu:

¡Desayuna algo, hombre!

Aquí uno bien desayundo listo para leer.

Don, sin luz, lluvia torrencial, sin desayunar... ¡Sal de esa novela de Dickens en la que estás viviendo!

¿hay frase?

24.- Vicente Meniego, rechazador profesional de cervezas

Mi primer trabajo me llevó al Oktoberfest de Munich, tras lo cual me despidieron por entrar en coma etílico, así que me interesa reorientar mi carrera profesional como aceptador profesional de canapés, previa visita al Registro Civil. Tengo amplia disponibilidad para viajar, especialmente a destinos conocidos por sus estrenos cinematográficos. A la espera de poder trabajar con ustedes, les envío un cordial saludo.

Hola, EQUIPO EXCEL

Me ha llegado un relato más y hay que añadirlo al formulario.